sábado, 27 de julio de 2013

Todas las familias felices de Carlos Fuentes: el ser Latinomejicano

Por Israel Prieto



















Todos descendemos de otros.
Todos venimos de otra parte.
Hasta los indios no son de aquí.
Vinieron de Asia hace millones de años.
Aquí no había nadie

Señora Vanina en Madre Dolorosa

Una tumba sin lápida
la pisotean toditos.
Nadie respeta una tumba señalada
por piedrecitas

María Bonifacia, El hermano incomodo


Seis siluetas de personas se observan en la portada de “Todas las familias felices” de Carlos Fuentes en la edición de Alfaguara del 2006. Las seis siluetas se dividen en dos grupos, donde cinco de las sombras conforman uno, y apartada en otra esquina, una silueta solitaria que, guiados por la forma de su cabello, insinúa ser una mujer. Del primer grupo, sólo sobrevive a color un vestido largo de mujer, a rayas blancas, grises y, por momentos, negras. En ese mismo grupo se deja ver la sombra de un hombre con sombrero de charro. Eso es todo lo que muestra la portada del libro de Carlos Fuentes. Una familia olvidada, arrasada por el tiempo, sin rostros, sin la posibilidad de la reconstrucción de su historia. Una familia de las tantas habitantes de México similares a las que pueden haber en el último rincón del continente americano. Un continente forjado, desde sus orígenes, según las leyes de la violencia. Continente en el que desde el principio la lucha ha sido hacerse con una identidad, un nombre, una historia.

Pastor Pagán, Abraham Buenaventura, Doña Medea Batalla, Marcelino Miles, Manuel Toledano, son algunos de los personajes que se encuentran a lo largo de los dieciséis relatos de este libro de Carlos Fuentes. Fuentes les asigna a todos sus personajes un nombre y un apellido. Parece ser suficiente que en América Latina todos sus habitantes sean consumidos por la  masa. Los latinoamericanos por mucho tiempo han visto limitada su existencia siendo datos de cualquier investigación estadística gubernamental o sociológica. Tasas de corrupción, tasas de mortalidad, zonas más violentas del continente. Tasa de hambruna, tasa de alfabetización. Tasa de emigración. Sólo datos. Carlos Fuentes se encarga de darle nombre a todos sus personajes en esta obra porque esa parece ser la verdadera lucha del latinoamericano: hacerse un nombre. Identidad que se ha intentado crear mediante la literatura, que a su vez se ha visto encasillada en el llamado boom latinoamericano. Con respecto a esto, Jorge Volpi, en El Insomnio de Bolívar (2009), asegura que para la década de los noventa “no podíamos mencionar a más de cuatro o cinco escritores posteriores al boom”.

Todas las familias felices, como su creador mismo se ha encargado de decirlo, no cumple la estructura para ser una novela, pero etiquetarlo como un mero libro de relatos, tampoco sería lo justo. Fuentes ha dicho que su libro podría categorizarse como un libro de estructura coral, donde todos los cantos parecen manejar la misma temática: la violencia.

¿Cómo puede ser violento un ciudadano latinomejicano – ese mexicano ficticio que podría pasearse por cualquier nacionalidad del continente -  que sólo quiere dejar de ser un dato estadístico y convertirse en un nombre con identidad e historia propia? La respuesta parece tenerla un personaje del primer relato del texto, pues argumenta que “para tener éxito, se necesitan perdedores. Si no, ¿cómo sabes que te fue bien?”. Pero este llamado a pasar por encima del otro, de ver al otro como una amenaza, no puede atribuirse como un descubrimiento de Carlos Fuentes, ni mucho menos creer que este principio sólo aplica a la sociedad latinoamericana. Todas las familias felices muestra que el primer sujeto a vencer es el más próximo a uno mismo. Los hermanos siempre ven entre sí una rivalidad, que dura para toda la vida. Los hijos solo buscan el éxito con el fin de superar el de su padre. Demostrar quién es capaz de obtener más, parece ser la única relación posible entre padre e hijo.

“Uno está predispuesto contra el forastero”, dice un cura en uno de los relatos. Pero la lucha de demostrar superioridad parece ir siempre dirigida a la familia que son precisamente, los seres más cercanos a nosotros. En este punto, uno de los personajes de Fuentes, sufre al no saber qué o quiénes son los forasteros. La imposibilidad de conocer quiénes son los otros. Peor aún, saberse sin identidad o dudar de la que se tiene. José Nicasio era un indio que pintaba cuadritos y los vendía. Un hombre blanco le dice que su arte puede venderse bien en la ciudad. José Nicasio decide irse pero con su éxito llegan los cuestionamientos. Él asegura que su nueva felicidad no alcanza a hacerlo olvidar su vieja felicidad de niño sin letras. Para él, regresar al pueblo los domingos, era como ofender a los que se quedaban, refregarles en la cara que había podido salirse y ellos no. Lo que lo llevaba a preguntarse si tenía él más derecho de ser más que todos los que lo vieron nacer, crecer, jugar, trabajar, lo que lo llevaba a una terrible sensación de soledad: “yo estaba fuera de lugar en todas partes, en mi pueblo de indios, en la capital de Oaxaca, en San Diego de California”.
Dice Carlos Fuentes en una entrevista con referencia a este libro que “en nuestras sociedades la violencia se manifiesta con hechos, no con palabras”. La sociedad latinoamericana es un caos. Una escalera en la que todos queremos estar en la cima. En [Latinoamérica] lo único moral es hacer fortuna sin trabajar, dice uno de los personajes. El sueño común de los latinomejicanos es ser presidentes. Pero esta tierra parece estar dominada por un temor, sin entenderlo del todo, a la ola urbana que pueda arrasarlo todo.

Una cultura latinomejicana patriarcal donde cada integrante del círculo familiar debe atenerse a lo ordenado por el padre. Los hijos ven la casa, al hogar, como el sitio donde sus necesidades están cubiertas de manera gratuita. La mujer está condenada a las actividades del hogar. Solo Luz Pardo de Mayorga, es capaz de desahogar cientos de años de represión de la mujer: “Denme algo – gritó - ¿por qué a mí nunca me dan nada? ¿No merezco nada?”. ¿Acaso el latinoamericano no merece nada? ¿De quién espera recibir lo que cree merecer?

El narrador anuncia en uno de los cantos de este libro que, “nada se pierde en Centroamérica / todo se hereda / todo el rencor pasa de mano en mano”. Parece que la manera de ser reconocidos como latinoamericanos es mediante la dualidad de agredido y agresor. Violence is the name of the game.
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Israel Prieto (Maracaibo, 1991). Licenciado en Educación Mención Lengua y Literatura por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Maracaibo, Edo. Zulia). Actualmente está cursando la Maestría en Literatura Venezolana en la Universidad del Zulia y Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, en la misma casa de estudios.  

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