Por Roberto Cantú
Dibujo de Cuauhtémoc Zamudio en homenaje a Fuentes |
Nuestro verdadero origen es aquel donde nos vemos
por primera vez bajo la luz de nuestra inteligencia.
--Marguerite
Yourcenar, Memorias de Adriano
I
Recuerdo haber leído La región más
transparente y La muerte de Artemio
Cruz en 1965 en ediciones populares que se vendían en El Día, librería ubicada en Tijuana a dos o tres pasos del cine
Roble y a una cuadra de la Avenida Revolución. Tal librería era el faro y
atalaya de los jóvenes que aspirábamos a entender la enorme complejidad de las
culturas regionales de México desde el punto de vista de la frontera, de la
vitalidad económica de los Estados Unidos que veíamos diariamente al otro lado
de la línea internacional, y de un mundo en tensión a raíz de la guerra fría y
la Revolución Cubana.
Fue en El Día donde vi por primera vez carteles
de Marx y Lenin en la oficina del dueño, un bibliófilo catalán exiliado en
México y de declarada política antifranquista. Una vez por semana me reunía con
un grupo de amigos en el restorán “El Turco”, famoso por sus tortas de jamón y
el café que tomábamos por horas sin interferencia de la gerencia. Gracias a su
carácter fronterizo, Tijuana fue sin duda alguna el lugar más apropiado para
leer la narrativa de Carlos Fuentes. La
lectura de sus novelas nos abrió los ojos para mejor entender e integrar en nuestras
vidas el mundo que nos rodeaba, justificando lo que años después señalara
Fuentes en relación a la novela, definida como el género literario cuya visión
del mundo postula la identidad del conocimiento y la imaginación.[1]
Novelas que en ocasiones rayan en la
poesía, en el ensayo ó en la experimentación vanguardista en la narrativa,
lanzándonos por senderos inesperados que muestran cuán inapropiados son
nuestros hábitos de lectura, las de Carlos Fuentes imponen como condición
tácita una lectura de varios intentos de asedio, con miras a una
inteligibilidad literaria que esperamos alcanzar a lo largo de muchos años de
sosegado pero continuo esfuerzo. Se
sobreentiende que es en la crisis misma de nuestros hábitos de lectura donde
surge la posibilidad de imaginar y conocernos de acuerdo a nuestra
contradictoria modernidad, ya sea como mexicanos ó como latinoamericanos,
dentro o fuera de nuestro país de origen.
La interpretación textual como
problema surge a partir de las primeras páginas de La región más transparente en el monólogo de Ixca Cienfuegos,
encarnación del México antiguo y de un dios solar cuyo lenguaje--poético, de
delirio, de afrenta y rabia ancestral—se cierra como texto hermético ante un
intento de intelección literal. Como
etapa inicial interpretativa, la hilación de incidentes narrativos se facilita
por medio de la figura de Cienfuegos,
quien representa a México como nación que ha perdido su centro cósmico, de ahí
la excentricidad de este complejo personaje—a la vez dios nahua, personaje
literario, e hilo conductor dentro del largo laberinto de la novela-- y su
anhelo por fundar de nuevo el origen indígena reprimido por la Conquista. Tal lectura permite relacionar las conversaciones
llevadas a cabo por Ixca Cienfuegos con Gabriel, Federico Robles, Manuel
Zamacona y, entre otros personajes, Norma Larragoiti, diálogos y trozos
biográficos que llevan directamente al sacrificio solicitado por Teódula
Moctezuma, ritual que leemos como la ceremonia del fuego nuevo llevada a cabo
en el México pre-hispánico cada 52 años
con el fin de propiciar la continuidad del Quinto Sol. La coincidencia numérica entre los 52 años
del calendario mesoamericano con el sexenio presidencial de Miguel Alemán
(1946-1952) es una relación que el joven Fuentes estableció como marco
histórico de su novela, proponiéndole una pregunta tácita al lector: ¿terminará el mundo en 1952 para el México
alemanista, o continuará en movimiento bajo la sombra del mismo partido? En 1958, año en que se publicó La región más transparente, tal pregunta
daba cabal expresión a una crítica del PRI que diez años más tarde se
convertiría en estandarte de la
oposición estudiantil.
Una lectura análoga pero divergente
que se distancia del mito y se aproxima a la historia moderna de México logra
su configuración interpretativa en el personaje de Manuel Zamacona, quien
aparece en la narración como el centro conceptual de la novela, ya sea como
ensayista quien aspira a entender a México como nación a partir de su origen (“abrió
las ventanas…cerró los ojos…Más que nacer originales, llegamos a ser
originales: el origen es una creación”), ya sea como crítica de la trayectoria
histórica de México (“Afirmación de las definiciones formales en proyectos
antihistóricos, fundados en la importación, en la imitación extralógica de
modelos prestigiosos”), ó frente a Federico Robles, el padre que no conoce y
con quien discrepa en cuanto al futuro de México bajo un partido único y sin
rivales:
Lo que rechazo es la somnolencia que el “partido único” ha impuesto a la
vida política de México, impidiendo el nacimiento de movimientos políticos que
pudieran ayudar a resolver los problemas de México y que podrían organizar y
sacudir buena parte de la indiferencia en que hoy dormitan elementos que jamás
se afiliarían a los partidos de la reacción clerical o de la reacción
soviética.[2]
En su oposición discursiva con
Federico Robles, Manuel Zamacona da plena expresión a su idea de la historia
nacional según una correlación indirecta a lo ocurrido durante la Segunda
Guerra Mundial, ante todo en la Alemania de Adolfo Hitler y su política de
exterminación de millones de judíos.
Ante la barbarie de la historia a un nivel mundial, Zamacona deslinda la
necesidad de categorías de moralidad y de ética personal en la historia de
México en cuanto a la represión de pueblos indígenas, las invasiones y derrotas
ante ejércitos extranjeros, y la sangre derramada en guerras civiles. ¿De quién es la culpa, quién es responsable? Antes de concluir la novela, Federico Robles
recordará el diálogo con Zamacona y reconocerá, al arrodillarse ante el féretro
de Gabriel, su culpabilidad personal y como representante del México
postrevolucionario.
La
región más transparente es una novela que pone en crisis el nacionalismo mexicano
de la época a la vez que cuestiona el futuro nacional propuesto por el
alemanismo (tan claramente perfilado por Federico Robles en su diálogo con
Zamacona), renovando de tal manera la novela mexicana gracias a su voluntariosa
y larga reflexión sobre los diferentes
sentidos de la idea misma del “origen” de México, expuestos cada uno en un
lenguaje propio y convincente. Al lector
le toca escoger y llegar por tal camino a la convicción que es idea encarnada.
En sus diferencias con Federico Robles en cuanto al origen y verdad de la
Revolución Mexicana, Manuel Zamacona se opone a las convicciones del origen
paterno al que nunca llega a conocer como tal: “todo tenía dos, tres, infinitas
verdades que lo explicasen. Que era faltar a la honradez adherirse a uno
cualquiera de estos puntos de vista. Que acaso la honradez misma no era sino
una manera de la convicción. Sí, de la convicción”.[3]
La crítica literaria con frecuencia
alude a la influencia de John Dos Passos y de su novela Manhattan Transfer en La región
más transparente. En cuanto al
estéril juego de influencias en la crítica literaria, valga otra ilustración:
que la primera novela de Carlos Fuentes encuentra su analogía artística en los
murales de Diego Rivera. Le debemos a José Emilio Pacheco el haber aclarado lo
que denomina como “vasos comunicantes” en la gestación artística:
Con base en un texto célebre de Reyes, Visión de Anáhuac (Madrid, 1917), en que se anticipa a la
intertextualidad y urde con las crónicas de los conquistadores la descripción
de un día en México-Tenochtitlan, Diego Rivera pinta uno de sus más célebres
murales. John Dos Passos lo observa
trabajar y se le ocurre transferir a la novela el procedimiento de Rivera. El resultado: Manhattan Transfer y la trilogía USA. El círculo se cierra: el joven Fuentes lee a Dos Passos y se
empeña en unirlo a Rivera y escribir como quien pinta un mural algunas páginas
de su novela omnívora sobre la ciudad de México.[4]
Es decir, no hay “influencias” sino
aperturas de energía creadora, de innovación y experimentación que, como
siempre, han distinguido el arte de escribir novelas. Conocedor de varias
tradiciones literarias—la francesa, la inglesa, la alemana, la rusa y
latinoamericana, entre otras—Carlos Fuentes escribió novelas en las que la
reflexión es necesaria en relación a conflictos que se han gestado en la
historia nacional e internacional, novelas escritas a veces con el lenguaje de
los mitos nahuas, en ocasiones en el de la historia moderna de España (por
ejemplo, contra el franquismo y la Falange, directamente en La muerte de Artemio Cruz, y en forma
originaria y dinástica en Terra Nostra),
o en el de la relación de mimética y contraste entre México y los Estados
Unidos. Para conmemorar los 50 años
de la publicación de La muerte de Artemio
Cruz, leamos de nuevo sus páginas.
II
La diálectica del origen--ya sea
nacional, del personaje principal o de la narración--logra una mayor
complejidad en La muerte de Artemio Cruz,
resultando en una red de variantes en relación a la idea del origen en la que
se pospone hasta el final la narración del origen del personaje principal (el
nacimiento de Artemio Cruz) y se anteponen como puntos de partida tres orígenes
en la narración:
1. El
origen agónico: el comienzo de
la novela que corresponde a la agonía del personaje y su correlación directa
con el final de la narración, con síntomas tales como el sabor de metal en la
boca, el dolor punzante en el vientre y, al concluir la narración, el
diagnóstico de la muerte de Artemio Cruz (“infarto al mesenterio”);
2. El
origen biográfico: la conclusión del primer capítulo (1959) en
que Artemio Cruz, para olvidarse del dolor en el vientre, reconoce lo inútil de
la biografía que tenía planeada con Padilla por medio de grabaciones (“no
sabrás cuáles datos pasarán a tu biografía […] Son datos vulgares”),
disponiéndose, antes de su muerte, a recordar los días y encuentros que
formaron su destino, es decir, su verdadero origen que ha permanecido reprimido
y que, desde el fondo del inconsciente, surgirá a lo largo de su agonía por
medio de episodios narrativos y de una trayectoria temporal marcada por
descensos y ascensos, pero nunca en forma lineal en su totalidad narrativa; y
3. El
origen histórico: al
final del segundo capítulo (1941), donde Artemio Cruz siente de nuevo la
punzada en el vientre y opta por cerrar los ojos (“porque habrás creado la
noche con tus ojos cerrados”), iniciando el descenso al laberinto que le lleva
hasta el origen histórico de México que empieza--de acuerdo a este tercer
origen narrativo--en la Conquista (“el mundo nuevo que no empezaba aquí, sino
del otro lado del mar”).
De estos tres orígenes narrativos en
La muerte de Artemio Cruz, me
interesan por el momento solamente los dos últimos en tanto que modifican en
gran medida la esfera y amplitud de una lectura detallada. El origen biográfico da inicio en la
conclusión del primer capítulo, en un recuento de los días que persiguen a
Artemio Cruz con el olfato de lebrel cuya expresión se logra por medio de
cláusulas gramaticales que, en su futuridad como capítulos independientes
dentro de la narración que anticipan, son el equivalente a un “índice” ó
secuencia de capítulos de una biografía hasta ese momento reprimida e
inconsciente y con obvias conexiones temporales a capítulos posteriores: “Amor
de membrillo fresco” (1913), “miedo de los sables y la pólvora” (1913),
“juventud de los caballos negros” (1903), “vejez de la playa abandonada”
(1947), “encuentro del sobre y la estampilla extranjera” (1939) y, entre otras
cláusulas/capítulos, “repugnancia del incienso” (1927 y 1959). De manera clarividente, Artemio Cruz ve
simultáneamente hacia el porvenir (como narración biográfica) y hacia el pasado
(como recuerdo de su vida) los días de su destino que habían quedado hasta ese
momento reprimidos en el inconsciente.
Al nivel de la escritura misma, el final de este primer capítulo muestra
ser lo último que Fuentes habrá revisado una vez terminada su novela,
ofreciéndole al lector una visión total e íntegra de la narración a partir de
episodios fundamentales precisamente en el momento en que la novela empieza a
nacer de su origen narrativo.
El origen histórico se expone en la
conclusión del segundo capítulo, con la representación de Artemio Cruz como el
peregrino que va en busca del origen de México
(“Avanzarás…Avanzarás…Caminarás”) hasta encontrarlo en la Conquista a lo largo
de dos páginas en que indudablemente se sintetizan lecturas de Carlos Fuentes
sobre la historia, política, arquitectura y arte de México. Este tercer origen narrativo, con Artemio
Cruz como alegoría nacional que incluye la historia colonial y moderna de México,
contiene posibilidades de una lectura de mayor alcance, según comentaré en
forma breve y sumaria.
En primer lugar, el origen materno
de Artemio es Isabel Cruz, una esclava negra quien encarna raíces africanas
que, no obstante, nunca forman parte de la identidad histórica y cultural que
conforman la vida de Artemio Cruz.
Recordemos que su tío Lunero lo cría hasta que cumple 14 años, amándolo como si fuera su hijo (“El sol le
había dado tonos de cobre, pero la raíz era negra”). Entre los diez años que van de 1903 a 1913,
sólo sabemos que Artemio huye de Cocuya después de cometer su primer homicidio
(Pedrito) y que luego vive con el
maestro Sebastián, de quien aprende a leer, escribir y a trabajar “en la forja
y los martillos”, “sentado en sus
rodillas, aprendiendo esas cosas elementales de las cuales debe partirse para
ser un hombre libre”.[5]
Dentro de esta noción de libertad y liberación basadas en la lectura, Carlos
Fuentes vuelve a uno de los puntos clave en relación a su idea de la novela
moderna a partir de Cervantes y el Quixote,
a saber: que la lectura nos desarraiga de nuestro suelo tradicional, dándonos
por principio otro origen, otro lugar de nacimiento, que es producto del
conocimiento adquirido por medio de libros y de nuestra imaginación. Por medio
de esta noción de un continuo forjarse a sí mismo, de la infatigable
reafirmación de que el ser humano es historia y que, por consiguiente, no es
regido por categorías de raza, nación, o diferencias biológicas entre el hombre
y la mujer, Carlos Fuentes propone lo que era patrimonio de su generación: los
ensayos de José Ortega y Gasset y de
Octavio Paz, para citar los más cercanos a La
región más transparente y La muerte de Artemio Cruz.
En segundo lugar, la idea de que el
ser humano es historia y no un ser que es regido por razón de raza, costumbres,
o por la tradición nacional según su versión oficial y nacionalista, es algo
que constituye el núcleo crítico e idea misma de la historia en La muerte de Artemio Cruz, perfilando a
Artemio Cruz como el descendiente directo de una dinastía que se origina en
Hernán Cortés y que continúa a lo largo de la historia nacional por medio de
una larga línea paterna que incluye a Antonio López de Santa Anna, Porfirio
Díaz y los caudillos de la Revolución, desde Venustiano Carranza hasta Plutarco
Elías Calles. En el capítulo en que
aparece en la cumbre de su poder y a punto de celebrar el fin de año
(1955), Artemio Cruz se ve acompañado de
Lilia y enclaustrado en su mansión en Coyoacán, lejos de su esposa
Catalina. Al recordar que Hernán Cortés
edificó su hogar en Coyoacán y que la esposa, Catalina Juárez, le celaba por
las relaciones que Cortés mantenía con Doña Marina, el evidente palimpsesto
colonial y moderno en La muerte de
Artemio Cruz nos permite vislumbrar los lazos de familia entre el
Conquistador de México por antonomasia y Artemio Cruz. Por razones históricas el origen verdadero
de Artemio Cruz no está en Cocuya, sino en Coyoacán.
A principios de mayo del año en
transcurso tuvimos la gran satisfacción de patrocinar un congreso internacional
dedicado a Carlos Fuentes y efectuado en California StateUniversity, Los
Angeles, congreso en el que participaron personas que representaron a Bélgica,
Francia, Holanda, Inglaterra, Japón y,
entre otros países, a México. Una semana
después recibí la noticia de que Carlos Fuentes había fallecido, lo que
ocasionó un intercambio de mensajes electrónicos entre los que habíamos
participado en el congreso aún vivo en nuestra memoria. Era difícil aceptar que
había muerto el escritor a quien habíamos homenajeado pocos días antes, y quien
nos mantuvo con los ojos abiertos leyendo sus novelas, ensayos y relatos a lo
largo de muchos años. Como peregrino en
mi propio camino, volví a través del recuerdo al día en que leí por primera vez
las novelas de Carlos Fuentes. Me di
cuenta que mi verdadero origen
son los libros que leí en Tijuana, entre ellos La región más transparente y La
muerte de Artemio cruz.
Roberto Cantú. Nació
en Guadalajara, México. Escritor e investigador. Profesor de literatura
latinoamericana en California State University, Los Ángeles su hogar universitario
a partir de 1974. En mayo de 2012, organizó un Congreso Internacional dedicado
a Carlos Fuentes. Actualmente vive en Calimesa, California (EEUU).
[1]Carlos
Fuentes, “Después de la guerra fría: los problemas del Nuevo orden mundial”, en
Tres discursos para dos aldeas
(México: Fondo de Cultura Económica, 1993), página 69.
[2]Carlos
Fuentes, La región más transparente. Edición conmemorativa(México: Asociación de Academias de la Lengua
Española, 2008), p. 320.
[3]La región más transparente, página 318.
[4]
José Emilio Pacheco, “Carlos Fuentes en La
region más transparente, Homenaje”, La región más transparente, p. xxxv.
[5]
Carlos Fuentes, Obras Completas, Vol.
I (México: Ediciones Aguilar, 1974), La
muerte de Artemio Cruz, p. 1209.
Excelente articulo y muchas felicidades a Roberto por el congreos al que alude, y todos los demas congresos en que promueve la cultura hispana a nivel internacional
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