sábado, 27 de julio de 2013

Leer para abrir los ojos: el conocimiento y la imaginación en la narrativa de Carlos Fuentes

Por Roberto Cantú
Dibujo de Cuauhtémoc Zamudio en homenaje a Fuentes















Nuestro verdadero origen es aquel donde nos vemos
por primera vez bajo la luz de nuestra inteligencia.
--Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

  
I

Recuerdo haber leído La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz en 1965 en ediciones populares que se vendían en El Día, librería ubicada en Tijuana a dos o tres pasos del cine Roble y a una cuadra de la Avenida Revolución. Tal librería era el faro y atalaya de los jóvenes que aspirábamos a entender la enorme complejidad de las culturas regionales de México desde el punto de vista de la frontera, de la vitalidad económica de los Estados Unidos que veíamos diariamente al otro lado de la línea internacional, y de un mundo en tensión a raíz de la guerra fría y la Revolución Cubana. 
Fue en El Día donde vi por primera vez carteles de Marx y Lenin en la oficina del dueño, un bibliófilo catalán exiliado en México y de declarada política antifranquista. Una vez por semana me reunía con un grupo de amigos en el restorán “El Turco”, famoso por sus tortas de jamón y el café que tomábamos por horas sin interferencia de la gerencia. Gracias a su carácter fronterizo, Tijuana fue sin duda alguna el lugar más apropiado para leer la narrativa de Carlos Fuentes.  La lectura de sus novelas nos abrió los ojos para mejor entender e integrar en nuestras vidas el mundo que nos rodeaba, justificando lo que años después señalara Fuentes en relación a la novela, definida como el género literario cuya visión del mundo postula la identidad del conocimiento y la imaginación.[1]

            Novelas que en ocasiones rayan en la poesía, en el ensayo ó en la experimentación vanguardista en la narrativa, lanzándonos por senderos inesperados que muestran cuán inapropiados son nuestros hábitos de lectura, las de Carlos Fuentes imponen como condición tácita una lectura de varios intentos de asedio, con miras a una inteligibilidad literaria que esperamos alcanzar a lo largo de muchos años de sosegado pero continuo esfuerzo.  Se sobreentiende que es en la crisis misma de nuestros hábitos de lectura donde surge la posibilidad de imaginar y conocernos de acuerdo a nuestra contradictoria modernidad, ya sea como mexicanos ó como latinoamericanos, dentro o fuera de nuestro país de origen.

            La interpretación textual como problema surge a partir de las primeras páginas de La región más transparente en el monólogo de Ixca Cienfuegos, encarnación del México antiguo y de un dios solar cuyo lenguaje--poético, de delirio, de afrenta y rabia ancestral—se cierra como texto hermético ante un intento de intelección literal.  Como etapa inicial interpretativa, la hilación de incidentes narrativos se facilita por medio de  la figura de Cienfuegos, quien representa a México como nación que ha perdido su centro cósmico, de ahí la excentricidad de este complejo personaje—a la vez dios nahua, personaje literario, e hilo conductor dentro del largo laberinto de la novela-- y su anhelo por fundar de nuevo el origen indígena reprimido por la Conquista.  Tal lectura permite relacionar las conversaciones llevadas a cabo por Ixca Cienfuegos con Gabriel, Federico Robles, Manuel Zamacona y, entre otros personajes, Norma Larragoiti, diálogos y trozos biográficos que llevan directamente al sacrificio solicitado por Teódula Moctezuma, ritual que leemos como la ceremonia del fuego nuevo llevada a cabo en el México  pre-hispánico cada 52 años con el fin de propiciar la continuidad del Quinto Sol.  La coincidencia numérica entre los 52 años del calendario mesoamericano con el sexenio presidencial de Miguel Alemán (1946-1952) es una relación que el joven Fuentes estableció como marco histórico de su novela, proponiéndole una pregunta tácita al lector:  ¿terminará el mundo en 1952 para el México alemanista, o continuará en movimiento bajo la sombra del mismo partido?  En 1958, año en que se publicó La región más transparente, tal pregunta daba cabal expresión a una crítica del PRI que diez años más tarde se convertiría en estandarte de la  oposición estudiantil.

            Una lectura análoga pero divergente que se distancia del mito y se aproxima a la historia moderna de México logra su configuración interpretativa en el personaje de Manuel Zamacona, quien aparece en la narración como el centro conceptual de la novela, ya sea como ensayista quien aspira a entender a México como nación a partir de su origen (“abrió las ventanas…cerró los ojos…Más que nacer originales, llegamos a ser originales: el origen es una creación”), ya sea como crítica de la trayectoria histórica de México (“Afirmación de las definiciones formales en proyectos antihistóricos, fundados en la importación, en la imitación extralógica de modelos prestigiosos”), ó frente a Federico Robles, el padre que no conoce y con quien discrepa en cuanto al futuro de México bajo un partido único y sin rivales:

Lo que rechazo es la somnolencia que el “partido único” ha impuesto a la vida política de México, impidiendo el nacimiento de movimientos políticos que pudieran ayudar a resolver los problemas de México y que podrían organizar y sacudir buena parte de la indiferencia en que hoy dormitan elementos que jamás se afiliarían a los partidos de la reacción clerical o de la reacción soviética.[2]

            En su oposición discursiva con Federico Robles, Manuel Zamacona da plena expresión a su idea de la historia nacional según una correlación indirecta a lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, ante todo en la Alemania de Adolfo Hitler y su política de exterminación de millones de judíos.  Ante la barbarie de la historia a un nivel mundial, Zamacona deslinda la necesidad de categorías de moralidad y de ética personal en la historia de México en cuanto a la represión de pueblos indígenas, las invasiones y derrotas ante ejércitos extranjeros, y la sangre derramada en guerras civiles.  ¿De quién es la culpa, quién es responsable?  Antes de concluir la novela, Federico Robles recordará el diálogo con Zamacona y reconocerá, al arrodillarse ante el féretro de Gabriel, su culpabilidad personal y como representante del México postrevolucionario.

            La región más transparente es una novela que pone en crisis el nacionalismo mexicano de la época a la vez que cuestiona el futuro nacional propuesto por el alemanismo (tan claramente perfilado por Federico Robles en su diálogo con Zamacona), renovando de tal manera la novela mexicana gracias a su voluntariosa y larga  reflexión sobre los diferentes sentidos de la idea misma del “origen” de México, expuestos cada uno en un lenguaje propio y convincente.  Al lector le toca escoger y llegar por tal camino a la convicción que es idea encarnada. En sus diferencias con Federico Robles en cuanto al origen y verdad de la Revolución Mexicana, Manuel Zamacona se opone a las convicciones del origen paterno al que nunca llega a conocer como tal: “todo tenía dos, tres, infinitas verdades que lo explicasen. Que era faltar a la honradez adherirse a uno cualquiera de estos puntos de vista. Que acaso la honradez misma no era sino una manera de la convicción. Sí, de la convicción”.[3]

            La crítica literaria con frecuencia alude a la influencia de John Dos Passos y de su novela Manhattan Transfer en La región más transparente.  En cuanto al estéril juego de influencias en la crítica literaria, valga otra ilustración: que la primera novela de Carlos Fuentes encuentra su analogía artística en los murales de Diego Rivera. Le debemos a José Emilio Pacheco el haber aclarado lo que denomina como “vasos comunicantes” en la gestación artística: 
Con base en un texto célebre de Reyes, Visión de Anáhuac (Madrid, 1917), en que se anticipa a la intertextualidad y urde con las crónicas de los conquistadores la descripción de un día en México-Tenochtitlan, Diego Rivera pinta uno de sus más célebres murales.  John Dos Passos lo observa trabajar y se le ocurre transferir a la novela el procedimiento de Rivera.  El resultado: Manhattan Transfer y la trilogía USA. El círculo se cierra: el joven Fuentes lee a Dos Passos y se empeña en unirlo a Rivera y escribir como quien pinta un mural algunas páginas de su novela omnívora sobre la ciudad de México.[4]

            Es decir, no hay “influencias” sino aperturas de energía creadora, de innovación y experimentación que, como siempre, han distinguido el arte de escribir novelas. Conocedor de varias tradiciones literarias—la francesa, la inglesa, la alemana, la rusa y latinoamericana, entre otras—Carlos Fuentes escribió novelas en las que la reflexión es necesaria en relación a conflictos que se han gestado en la historia nacional e internacional, novelas escritas a veces con el lenguaje de los mitos nahuas, en ocasiones en el de la historia moderna de España (por ejemplo, contra el franquismo y la Falange, directamente en La muerte de Artemio Cruz, y en forma originaria y dinástica en Terra Nostra), o en el de la relación de mimética y contraste entre México y los Estados Unidos. Para conmemorar los 50 años de la publicación de La muerte de Artemio Cruz, leamos de nuevo sus páginas. 

II

            La diálectica del origen--ya sea nacional, del personaje principal o de la narración--logra una mayor complejidad en La muerte de Artemio Cruz, resultando en una red de variantes en relación a la idea del origen en la que se pospone hasta el final la narración del origen del personaje principal (el nacimiento de Artemio Cruz) y se anteponen como puntos de partida tres orígenes en la narración:
1.    El origen agónico: el comienzo de la novela que corresponde a la agonía del personaje y su correlación directa con el final de la narración, con síntomas tales como el sabor de metal en la boca, el dolor punzante en el vientre y, al concluir la narración, el diagnóstico de la muerte de Artemio Cruz (“infarto al mesenterio”);
2.    El origen biográfico:  la conclusión del primer capítulo (1959) en que Artemio Cruz, para olvidarse del dolor en el vientre, reconoce lo inútil de la biografía que tenía planeada con Padilla por medio de grabaciones (“no sabrás cuáles datos pasarán a tu biografía […] Son datos vulgares”), disponiéndose, antes de su muerte, a recordar los días y encuentros que formaron su destino, es decir, su verdadero origen que ha permanecido reprimido y que, desde el fondo del inconsciente, surgirá a lo largo de su agonía por medio de episodios narrativos y de una trayectoria temporal marcada por descensos y ascensos, pero nunca en forma lineal en su totalidad narrativa; y
3.    El origen histórico: al final del segundo capítulo (1941), donde Artemio Cruz siente de nuevo la punzada en el vientre y opta por cerrar los ojos (“porque habrás creado la noche con tus ojos cerrados”), iniciando el descenso al laberinto que le lleva hasta el origen histórico de México que empieza--de acuerdo a este tercer origen narrativo--en la Conquista (“el mundo nuevo que no empezaba aquí, sino del otro lado del mar”). 

            De estos tres orígenes narrativos en La muerte de Artemio Cruz, me interesan por el momento solamente los dos últimos en tanto que modifican en gran medida la esfera y amplitud de una lectura detallada.  El origen biográfico da inicio en la conclusión del primer capítulo, en un recuento de los días que persiguen a Artemio Cruz con el olfato de lebrel cuya expresión se logra por medio de cláusulas gramaticales que, en su futuridad como capítulos independientes dentro de la narración que anticipan, son el equivalente a un “índice” ó secuencia de capítulos de una biografía hasta ese momento reprimida e inconsciente y con obvias conexiones temporales a capítulos posteriores: “Amor de membrillo fresco” (1913), “miedo de los sables y la pólvora” (1913), “juventud de los caballos negros” (1903), “vejez de la playa abandonada” (1947), “encuentro del sobre y la estampilla extranjera” (1939) y, entre otras cláusulas/capítulos, “repugnancia del incienso” (1927 y 1959).  De manera clarividente, Artemio Cruz ve simultáneamente hacia el porvenir (como narración biográfica) y hacia el pasado (como recuerdo de su vida) los días de su destino que habían quedado hasta ese momento reprimidos en el inconsciente.  Al nivel de la escritura misma, el final de este primer capítulo muestra ser lo último que Fuentes habrá revisado una vez terminada su novela, ofreciéndole al lector una visión total e íntegra de la narración a partir de episodios fundamentales precisamente en el momento en que la novela empieza a nacer de su origen narrativo.

            El origen histórico se expone en la conclusión del segundo capítulo, con la representación de Artemio Cruz como el peregrino que va en busca del origen de México (“Avanzarás…Avanzarás…Caminarás”) hasta encontrarlo en la Conquista a lo largo de dos páginas en que indudablemente se sintetizan lecturas de Carlos Fuentes sobre la historia, política, arquitectura y arte de México.  Este tercer origen narrativo, con Artemio Cruz como alegoría nacional que incluye la historia colonial y moderna de México, contiene posibilidades de una lectura de mayor alcance, según comentaré en forma breve y sumaria. 

            En primer lugar, el origen materno de Artemio es Isabel Cruz, una esclava negra quien encarna raíces africanas que, no obstante, nunca forman parte de la identidad histórica y cultural que conforman la vida de Artemio Cruz.  Recordemos que su tío Lunero lo cría hasta que cumple 14 años,  amándolo como si fuera su hijo (“El sol le había dado tonos de cobre, pero la raíz era negra”).  Entre los diez años que van de 1903 a 1913, sólo sabemos que Artemio huye de Cocuya después de cometer su primer homicidio (Pedrito) y que  luego vive con el maestro Sebastián, de quien aprende a leer, escribir y a trabajar “en la forja y los martillos”,  “sentado en sus rodillas, aprendiendo esas cosas elementales de las cuales debe partirse para ser un hombre libre”.[5] Dentro de esta noción de libertad y liberación basadas en la lectura, Carlos Fuentes vuelve a uno de los puntos clave en relación a su idea de la novela moderna a partir de Cervantes y el Quixote, a saber: que la lectura nos desarraiga de nuestro suelo tradicional, dándonos por principio otro origen, otro lugar de nacimiento, que es producto del conocimiento adquirido por medio de libros y de nuestra imaginación. Por medio de esta noción de un continuo forjarse a sí mismo, de la infatigable reafirmación de que el ser humano es historia y que, por consiguiente, no es regido por categorías de raza, nación, o diferencias biológicas entre el hombre y la mujer, Carlos Fuentes propone lo que era patrimonio de su generación: los ensayos de José Ortega y Gasset  y de Octavio Paz, para citar los más cercanos a La región más transparente  y La muerte de Artemio Cruz.

            En segundo lugar, la idea de que el ser humano es historia y no un ser que es regido por razón de raza, costumbres, o por la tradición nacional según su versión oficial y nacionalista, es algo que constituye el núcleo crítico e idea misma de la historia en La muerte de Artemio Cruz, perfilando a Artemio Cruz como el descendiente directo de una dinastía que se origina en Hernán Cortés y que continúa a lo largo de la historia nacional por medio de una larga línea paterna que incluye a Antonio López de Santa Anna, Porfirio Díaz y los caudillos de la Revolución, desde Venustiano Carranza hasta Plutarco Elías Calles.  En el capítulo en que aparece en la cumbre de su poder y a punto de celebrar el fin de año (1955),  Artemio Cruz se ve acompañado de Lilia y enclaustrado en su mansión en Coyoacán, lejos de su esposa Catalina.  Al recordar que Hernán Cortés edificó su hogar en Coyoacán y que la esposa, Catalina Juárez, le celaba por las relaciones que Cortés mantenía con Doña Marina, el evidente palimpsesto colonial y moderno en La muerte de Artemio Cruz nos permite vislumbrar los lazos de familia entre el Conquistador de México por antonomasia y Artemio Cruz.   Por razones históricas el origen verdadero de Artemio Cruz no está en Cocuya, sino en Coyoacán. 

            A principios de mayo del año en transcurso tuvimos la gran satisfacción de patrocinar un congreso internacional dedicado a Carlos Fuentes y efectuado en California StateUniversity, Los Angeles, congreso en el que participaron personas que representaron a Bélgica, Francia, Holanda, Inglaterra,  Japón y, entre otros países, a México.  Una semana después recibí la noticia de que Carlos Fuentes había fallecido, lo que ocasionó un intercambio de mensajes electrónicos entre los que habíamos participado en el congreso aún vivo en nuestra memoria. Era difícil aceptar que había muerto el escritor a quien habíamos homenajeado pocos días antes, y quien nos mantuvo con los ojos abiertos leyendo sus novelas, ensayos y relatos a lo largo de muchos años.  Como peregrino en mi propio camino, volví a través del recuerdo al día en que leí por primera vez las novelas de Carlos Fuentes.  Me di cuenta que mi verdadero origen son los libros que leí en Tijuana, entre ellos La región más transparente y La muerte de Artemio cruz.

Roberto Cantú. Nació en Guadalajara, México. Escritor e investigador. Profesor de literatura latinoamericana en California State University, Los Ángeles  su hogar universitario a partir de 1974. En mayo de 2012, organizó un Congreso Internacional dedicado a Carlos Fuentes. Actualmente vive en Calimesa, California (EEUU).





[1]Carlos Fuentes, “Después de la guerra fría: los problemas del Nuevo orden mundial”, en Tres discursos para dos aldeas (México: Fondo de Cultura Económica, 1993), página 69.
[2]Carlos Fuentes, La región más transparente.  Edición conmemorativa(México:  Asociación de Academias de la Lengua Española, 2008), p. 320.
[3]La región más transparente,  página 318.
[4] José Emilio Pacheco, “Carlos Fuentes en La region más transparente, Homenaje”,  La región más transparente, p. xxxv.
[5] Carlos Fuentes, Obras Completas, Vol. I (México: Ediciones Aguilar, 1974), La muerte de Artemio Cruz, p. 1209.

1 comentario:

  1. Excelente articulo y muchas felicidades a Roberto por el congreos al que alude, y todos los demas congresos en que promueve la cultura hispana a nivel internacional

    ResponderEliminar