Por Antonio Tinoco
Diego Rivera, Mural |
Introducción.
La
historia de la cultura dentro de las disciplinas que conforman la Historia ha
sido fuertemente cuestionada. Esto se debe a dos factores fundamentales. El
primero, el objeto de estudio, el término cultura es sumamente amplio, vago y
ambiguo. Desde la definición antropológica del término, donde cultura es todo
lo creado por el hombre, hasta las doscientas y tantas definiciones recogidas
por los antropólogos norteamericanos, hasta hoy no hay una visión unívoca de lo
que es cultura. Hablar de historia de la cultura sería hablar de cultura de
masas, cultura de élites, o cultura popular. ¿Cuál cultura?
En
segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, están las diferentes
disciplinas que se confunden y entremezclan en el concepto de cultura, así, por
ejemplo, existe la Historia de las civilizaciones, la Historia de las ideas
estéticas, la Historia del Arte, la Historia del pensamiento, la Historia de
las ideas, y hasta la Historia de la literatura, que en muchos casos se
confunden con la Historia de la cultura.
El
presente trabajo se refiere a la obra de Carlos Fuentes El espejo enterrado,
la cual consideramos un intento positivo de escribir una historia de la cultura
en América Latina, pero, como toda historia de la cultura, y aunado a los
problemas antes descritos y propios de esta disciplina, la obra en cuestión
también aborda aspectos políticos, económicos y sociales que atañen a nuestro
continente que complementan la visión “puramente” cultural en este libro. Tal
vez uno de los elementos enriquecedores de la obra en esta materia es el haber
hilvanado de manera coherente y precisa los aspectos últimamente señalados,
dando lugar a una obra interesante, completa y sintética del problema cultural
latinoamericano.
Una breve historia de la
Historia de la cultura
Voltaire
fue, sin duda alguna, el primero en intentar hacer una Historia de la cultura
en su Historia de las costumbres y del Espíritu de las naciones, este
pensador ilustrado, no sólo establece las bases de la filosofía de la Historia,
sino también fue el primero en desarrollar una Historia de la cultura en términos
modernos. Después, Hegel, en los Cursos de Berlín y, particularmente, en
las Lecciones de filosofía de la Historia y en las Lecciones de
estética, además en las Lecciones de filosofía de la religión,
plasma claramente su concepción de lo que es la historia y la cultura, estos
cursos monumentales son, sin duda, el punto de partida tanto de la filosofía de
la cultura y la historia de la cultura contemporáneas.
Luego,
la historia de la cultura va a lograr avances significativos en el pensamiento
de las lenguas germánicas, el alemán Guillermo Dilthey con sus Ciencias del
espíritu, el suizo Jacobo Burckhardt con su Historia de la cultura en el
Renacimiento italiano y el holandés Johan Huizinga con Ocaso de la Edad
Media y sus Ensayos sobre historia de la cultura, van a llenar gran
parte del pensamiento historiográfico del primer cuarto del siglo XX, todos
estos autores crearon las pautas de lo que se entiende hoy por Historia de la
cultura.
Un
poco más hacia nuestros días se destacan en el ámbito de la Historia de la
cultura autores como Alfred Weber, quien incursionó en la Historia de la
Cultura y en la sociología de la cultura, el norteamericano Will Durand y su
esposa Ariel escribieron la monumental Historia de la civilización en
diferentes tomos, además del también norteamericano Ralph Turner con su obra Las
grandes culturas de la humanidad, parcialmente traducida al español, y el
español Segundo Serrano Poncela complementó su Historia de la literatura
occidental con un texto amplio intitulado La cultura occidental, asimismo
debemos nombrar la obra de otro español, Manuel Ballesteros Gaibrois, Historia
de la cultura universal. No podemos olvidar los aportes que dieron a esta
disciplina estudiosos como Werner Jaëger con su famosa Paideia o Los ideales
de la cultura griega, ni a Erich Khaler con su Historia universal del
hombre. Esto sin contar la monumental obra de Arnold Toynbee, Estudio de
la historia.
En
el ámbito francés se destacan los trabajos de Fernand Braudel, particularmente
en todo lo relacionado a la vida, cultura y economía en la época de Felipe II,
más recientemente Braudel escribió sobre la identidad cultural del pueblo
francés, una edición que contó con tres tomos, la cual es considerada una de
las principales referencias en materia de historia cultural nacional. También
los trabajos de Lucien Fevre y Marc Bloch en torno a la cultura y a los
fenómenos religiosos como el luteranismo y el erasmismo, junto a la Reforma
protestante. Esto sin contar los aportes recientes de Jacques Legof sobre la
cultura medieval. Además, los trabajos de Michel Foucault, Pierre Bordieu, y
Norberto Elías, quienes se conectan a los estudios sociológicos y
antropológicos de Emilio Durkheim y Marcel Mauss.
Sin
duda alguna, la Cultural Studies ha sido un aporte importante de la
sociología y la antropología anglosajonas, ésta ha contribuido notablemente a
fortalecer los estudios sobre historia cultural, no hay que olvidar los nombres
de Frank Boas, Margaret Meats, Ruth Benedict, entre otros, quienes se vinculan
a los ingleses Richard Hoggart y Raymond Williams, cuyos aportes han impactado
los estudios de historia de la cultura recientes.
En
América Latina figuran como obras dignas de reseñar los trabajos del dominicano
Pedro Henríquez Ureña, Breve historia de la cultura en América Hispana y
Corrientes literarias en América Hispana, textos que datan de la década
del 40 del siglo XX y que se complementan mutuamente, así como también los del
argentino José Luis Romero, dedicados a la historia de las ideas y a la vida de
las urbes latinoamericanas. También merece ser mencionado por su calidad
estética y por su contenido historiográfico la obra del venezolano Mariano
Picón Salas intitulada De la conquista a la independencia. No podemos
dejar de reseñar la obra del escritor colombiano Germán Arciniegas, intitulada
El continente de los siete colores. Historia de la cultura en América Latina,
hasta ahora la mejor obra en su género.
Por
último, debemos dar un gran salto para llegar a la obra del mexicano Carlos
Fuentes, quien en su trabajo El espejo enterrado[1]
hizo un esfuerzo por crear una Historia de la cultura en América Latina en
términos claros, simples, al alcance de todo lector, despojada de tecnicismos
y, al mismo tiempo, sin perder la calidad y manteniendo un sentido de lo
histórico y lo historiográfico impecables.
Carlos Fuentes y la tradición
histórico-literaria mexicana
De
los países de América Latina, México, por haber tenido una posición virreinal,
y todos los beneficios que esta condición implicaba, ha cultivado la historia y
la historiografía desde tiempos remotos. Las grandes crónicas de Indias son
ejemplo de ello, además, el haber tenido tempranamente una institución como la
universidad colonial, dio paso a la existencia de buenas bibliotecas y
archivos, elementos indispensables para la investigación histórica. Al mismo
tiempo hay que señalar la presencia temprana de los llamados transterrados o
intelectuales que se trasladaron de España a América huyendo de la persecución
franquista, luego de finalizada la guerra civil española. La presencia de José Gaos,
y de otros eminentes pensadores dio origen, junto a la inteligencia americana
de Alfonso Reyes, Silvio Zavala, Edmundo O’gorman, Antonio Gómez Robledo,
Leopoldo Zea, y los integrantes del grupo Hiperión, más los trabajos del Miguel
León Portilla, la base historiográfica que sustenta el trabajo de Carlos
Fuentes en El espejo enterrado.
A
lo dicho hay que agregar que junto a Carlos Fuentes otros escritores mexicanos
como Octavio Paz, premio Nobel de literatura 1990, intentaron realizar
historias de la cultura de América Latina sin haber llevado la empresa a feliz
término, en este caso, dando origen a un libro extraordinario titulado Sor
Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe. En el prólogo a esta obra el
mismo Paz reconoce que su idea inicial era escribir una historia de la cultura
latinoamericana, pero Sor Juana Inés y su obra lo atraparon y entonces desvió
sus objetivos, dando como resultado una pieza única dentro del ensayo
latinoamericano.
Carlos Fuentes y El espejo
enterrado
Durante
las celebraciones del quinto centenario… digo solamente Quinto Centenario
porque no sabemos a ciencia cierta lo que pasó, si fue encuentro,
descubrimiento o encubrimiento, sin embargo la fecha obligaba a “destapar una
olla” y sacar de ella cuanto había en referencia a la llegada del hombre blanco
a nuestro continente, fueron muchas las ediciones de libros, los seminarios,
muchos de estos coordinados por el Maestro Leopoldo Zea, pero también los
medios audiovisuales entraron en acción, y Carlos Fuentes decide escribir para
la televisión un guión donde se narraba la historia de la cultura latinoamericana.
Este es el origen primigenio de El espejo enterrado.
Sin
embargo, la conformación de la obra tiene una remota historia en la narrativa
de Carlos Fuentes (1928-2012), los temas históricos han sido objeto central en
la mayor parte de sus escritos. Ejemplos de ello están en la obra Terra Nostra
donde se narra la historia cultural del continente, esta extensa novela es la
antesala que va a dar origen a El espejo enterrado. La incursión de
Fuentes en temas históricos es de vieja data, obras como Tiempo mexicano,
La silla del águila, Gringo Viejo, entre otras, dan muestra del
interés de Carlos Fuentes por los temas históricos. Además, en su obra
testimonial En esto creo, especie de autobiografía y de testamento
intelectual, una tanto mezclado con el estilo de San Agustín y Rousseau en sus Confesiones,
Fuentes aborda algunos aspectos sobre la cultural, la literatura y la política
latinoamericanas, esta obra ayuda a despejar una cantidad de elementos
planteados en El espejo enterrado.
El
espejo enterrado consta de dieciocho capítulos y una
introducción, ésta es tan importante como el libro mismo, pues resume en unas
pocas páginas la inquietud del autor al escribir esta historia y los
principales hitos que la conducen. Al final de la introducción Fuentes justifica
el sentido dado al título al expresar qué significan para él los espejos.
Los
espejos simbolizan la realidad, el sol, la tierra, y sus cuatro direcciones, la
superficie y la hondura terrenales, y todos los hombres y mujeres que la
habitamos. Enterrados en escondrijos a lo largo de las Américas los espejos
cuelgan de los cuerpos de los más humildes celebrantes del Altiplano peruano o
en los carnavales indios de México, donde el pueblo baila vestido con tijeras o
reflejando el mundo en los fragmentos de vidrio de sus tocados. El espejo salva
una identidad más preciosa que el oro que los indígenas le dieron en canje a
los europeos.
¿Acaso
no tenían razón? ¿No es el espejo tanto un reflejo de la realidad como un
proyecto de la imaginación?[2]
De
esta manera Carlos Fuentes va a identificar la identidad, personal, histórica y
cultural con los espejos, este es el símbolo por excelencia del reflejo de
nosotros mismos, es decir, de nuestra identidad de pueblo.
Para
nosotros el espejo también simboliza el intercambio seductor, por el cual los
indios fueron despojados de su ser cultural al aceptar el trueque de cuanto
tenían, por aquella lámina que de manera mágica reflejaba el rostro de quien la
veía. El espejo o los espejitos simbolizan en América un mercado de engaño, de
despojo y la introducción de la mala fe en quienes no la tenían.
España y El espejo
enterrado.
Carlos
Fuentes dedica un gran número de páginas a la historia cultural de España, el
libro comienza hablando de la España mestiza, una y múltiple, en España, para
Fuentes, se concentra una amalgama étnica sin precedentes en la historia, sólo
comparable con el posterior mestizaje americano producto de la colonización
íbera; hay una España griega, otra fenicia, una romana, otra íbera, a lo cual
hay que sumar la España musulmana y judía. Para Fuentes es imposible comprender
la cultura española y su repercusión en América sin tomar en cuenta este
mestizaje que a través del tiempo forjó la España del Renacimiento, la España
de los reyes católicos, de Carlos V y de Felipe II, que fue la España que vino
a América. Es extensa la cantidad de páginas que dedica Fuentes a la cultura
española, si se quiere, un tanto desproporcionadas, esto se justifica por ser
el autor un gran hispanista, un amante y admirador de la cultura española.
Más
adelante el autor dedica una gran cantidad de páginas a la vida intelectual
española y resalta el trabajo de Miguel de Cervantes, uno de sus autores
favoritos, además le dedica incontables páginas a la pintura de Francisco de Goya,
se explaya sobre la vida de Jovellanos, al mismo tiempo que realiza un paseo
rápido por la dinastía de los Austria, Habsburgo y de los Borbones españoles,
esto sin quitarle importancia a la pintura del Greco, a la filosofía de Séneca.
Fuentes se pasea por los aportes de Calderón de la Barca y por Francisco Zurbarán,
centrando la visión de la cultura española en sus escritores y sus pintores.
Se
podría decir que el hilo conductor de la obra es la cultura española y que la
historia cultural latinoamericana, en cierto modo, está supeditada a ésta. Particularmente
rechazamos esta idea, aunque, la posible justificación de Fuentes sería que El
espejo enterrado, debía vincular de una forma u otra el Quinto Centenario,
Hispanoamérica, y por supuesto, España.
Hispanoamérica en El
espejo enterrado. El eterno problema de la identidad cultural
latinoamericana.
El
problema de la identidad cultural es tan viejo en América Latina que podría
remitirse, en sus orígenes, a los mismos viajeros de Indias, los cronistas, en
su mayoría Frailes que dedicaron grandes tratados a explicar el ser del hombre
americano, a describir su cultura, sus costumbres, sus religiones y cultos
paganos, y a estudiar la naturaleza que los rodeaba. Desde Bolívar, en su
célebre carta de Jamaica, hasta hoy, los estudios sobre la identidad cultural
latinoamericana son incontables, no cesan de aparecer, el trabajo de Fuentes es
un ejemplo de ello.
Arturo
Uslar Pietri sintetizaba el problema de la identidad cultural a través de
cuatro preguntas: ¿Qué soy? ¿Quién soy?, ¿Qué puedo hacer?, ¿Cuál es mi
situación frente al mundo que me rodea?. Nosotros agregaríamos para completar
el cuestionamiento de Uslar otras tres preguntas más: ¿Cueles son mis orígenes?
y ¿Cuál es nuestra posición en la historia? además, ¿qué me identifica y me
separa del resto de los hombres y de las demás culturas? Estas mismas preguntas
están formuladas a lo largo del libro de Fuentes, de una u otra manera el autor
se hace las mismas preguntas para tratar de despejar quiénes somos y cuáles son
las características de la cultura en América Latina.
La
historia cultural de América Latina comienza para Fuentes con una visión rápida
de las grandes culturas precolombinas, sin embargo, el autor en pocas páginas
nos presenta una apretada síntesis de lo que fue el mundo precolombino para el
autor la muerte de las culturas prehispánicas fue necesaria para dar inicio al
mundo colonial. Fuentes luego nos introduce en el período de conquista, las
grandes hazañas de Hernán Cortez, Gonzalo Jiménez de Quesada, Gonzalo Pizarro y
otros tantos conquistadores españoles del siglo XVI.
Del
período colonial se presenta, como muy importante, las páginas que Fuentes
dedica a la polémica de Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda con
relación a la humanidad de los aborígenes americanos. Esta polémica tiene sus
orígenes iniciales en un sermón del padre Montesinos en 1511, Bartolomé de las
Casas retoma este sermón y el 1524 renunció a sus posesiones en Cuba, y dejó de
ser encomendero, para ingresar a la orden de los Dominicos y se constituye en
el primero en dar un grito por la libertad de América. Bartolomé de las casas
es el fundador de la Leyenda Negra y toda su obra gira en torno a la brutal
destrucción de las Indias. Para Fuentes, la obra del padre Las Casas brinda a
la historia una visión de la “España brutal, sanguinaria y sádica, empeñada en
asesinar a sus súbditos coloniales, en tácito contraste sin duda, con la pureza
inmaculada de los colonialistas franceses, ingleses y holandeses. Sin embargo,
mientras éstos piadosamente disfrazaban sus propias crueldades e inhumanidades,
nunca hicieron lo que España sí permitió”[3],
es decir la creación de las Leyes de Indias.
Esta
cita, tomada de la obra de fuentes, nos parece exagerada, no la compartimos ya
que, hoy día, nadie, o mejor dicho, pocas personas pueden pensar que el
colonialismo en cualquiera de sus formas o versiones pudo ser benévolo o
positivo para las culturas originarias, ni los franceses, ingleses u
holandeses, ni los portugueses ni los belgas en nuestros continentes, en
África, Asia u Oceanía fueron clementes y compasivos con los nativos. Todo
colonialismo es malo, devastador y criminal.
La
polémica entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda culminó en los
tratados del padre Jesuita Francisco de Vitoria, quien desde su cátedra de
Salamanca en 1539 echó las bases del derecho internacional. Sin duda alguna el
tratamiento que Fuentes le dio a la polémica presentada por De Las Casas es de
primera importancia, porque, a nuestro modo de ver, la obra del fraile dominico
sirvió de base a lo que más adelante se conocerá como Teología de la
Liberación.
Otro
de los momentos en la historia de la cultura americana que Fuentes analiza con
mucho acierto es la situación de la educación el período colonial, la cual se
caracterizó por ser escolástica y atrasada, además, el autor reseña la
prohibición que España lanza sobre Hispanoamérica, en cuanto a la circulación
de libros y materiales impresos, entre los que figuraban las Cartas de
Relación de Cortés a Carlos V, ya que “la Corona no deseaba promover el
culto de la personalidad de los conquistadores, en efecto, se nos prohibió
conocernos a nosotros mismos. En 1553 un decreto real prohibió la exportación a
las Américas, de todas las historias que tratasen sobre la conquista, para no
mencionar cualquier historia que elogiase a las derrotadas culturas indígenas”[4].
Fuentes
ni explica la magnitud de los decretos reales que prohibían la circulación de
obras impresas en América. Pedro Henríquez Ureña ahondó en este tema y extiende
la prohibición hacia los textos narrativos, las obras de caballería, y todo lo
relativo a literatura política, la cual se consideraba sediciosa y subversiva
para la época.
Sin
embargo, Fuentes se queda corto a la hora de presentar las deficiencias de la
educación que España llevó a América, pero le da una gran importancia a la
Expulsión de los jesuitas de España y sus dominios, ya que éstos representaban
un pensamiento avanzado tanto en las ciencias como en las humanidades para
aquel entonces. La salida de la Compañía de Jesús de los territorios americanos
durante el reinado de Carlos III, representó un atraso significativo en el
ámbito de la cultura y de la educación pues en sus escuelas y universidades
coloniales se mezclaba la enseñanza de Santo Tomás de Aquino con la filosofía de
Descartes y Leibniz. El padre José del Rey Fajardo S.J., de la Universidad
Católica Andrés Bello de Caracas, logró demostrar que Descartes se enseñó
primero en América que en Europa, esto se debió a que muchos de los compañeros
de clase que compartieron las aulas de clase en el colegio La Flèche de los
Jesuitas en Francia, fueron novicios jesuitas que vinieron a América y
siguieron manteniendo el contacto intelectual con su antiguo condiscípulo, el
autor del Discurso del Método.
El
problema de la identidad cultural, como ya se dijo, va a estar presente a todo
lo largo de la obra. Insistentemente este tema aflora a todo lo largo de la
obra de Fuentes. “¿Cuál era nuestro lugar en el mundo? ¿A quién le debíamos
lealtad? ¿a nuestros padres europeos?¿a nuestras madres Quechuas, mayas,
aztecas, o chibchas?¿A quién deberíamos dirigir ahora nuestras oraciones?¿a los
dioses antiguos o a los nuevos?¿qué idioma íbamos a hablar?¿El de los
conquistados o el de los conquistadores? El Barroco del Nuevo Mundo se hizo todas
estas preguntas”[5].
Pero también el Barroco las contestó.
Para
Fuentes el Barroco es un arte de desplazamientos, semejante a un espejo en el
que constantemente podemos ver nuestra identidad mutua; este arte es sinónimo de
mestizaje y de fusión de culturas, es la más clara representación de Nuestra
América. El mestizaje es tratado en toda su amplitud, el autor describe la
situación del africano, quien llega como esclavo pero aporta cultura, y
recuerda que los primeros levantamientos contra el régimen colonial en la costa
Caribe fueron protagonizados por éstos.
En
relación a la independencia, para Fuentes, la expulsión de los jesuitas por
Carlos III, jugó un papel determinante en lo que va a ser el proceso de
independencia, los proscritos jesuitas, desde su exilio, comenzaron a escribir
obras de carácter jurídico donde se incentivaba la revuelta y se proponía una
independencia para Nuestra América. Hay que recordar la obra de Francisco
Suárez sobre esta materia.
Simón
Bolívar y José de San Martin son reseñados en el libro, sobre todo el trato
dado al Libertador es de gran importancia, reconociéndolo como un hombre de
acción, un genio militar, un visionario humanista, Fuentes reconoce en Bolívar “el guerrero y el
filósofo pensando en voz alta. El romántico impaciente que deseaba alcanzar
tantas cosas en tan poco tiempo: la democracia, la justicia, incluso la unidad
latinoamericana.”[6]
El
período republicano es analizado por Fuentes desde dos perspectivas, la
primera, la aparición del caudillismo donde exalta las figuras de Juan Manuel
de Rosas, el doctor Gaspar Rodríguez de Francia, José Antonio Páez, Bernardino Rivadavia
y da a Facundo Quiroga un papel preponderante, ya que la obra de Domingo
Faustino Sarmiento Facundo subtitulada civilización y barbarie
representa la máxima expresión de lo que fue el caudillismo en nuestro
continente. Facundo, para Fuentes, es sinónimo de racismo, de la visión sesgada
de los positivistas latinoamericanos sobre nuestro continente, donde el libro
de Carlos Octavio Bunge sobre Nuestra América, es un complemento a la
visión racista y pesimista de Sarmiento, quien en 1868, según Fuentes “perdió
todo límite en su desprecio hacia el gaucho al afirmar que ‘No traté de
economizar sangre de gauchos. Este es un abono que no es preciso hacer útil al
país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos’ ”[7].
La
segunda, la Revolución Mexicana como uno de los grandes hitos en nuestra
historia republicana latinoamericana. La revolución mexicana fue un hecho
violento que sacudió, no sólo a México, sino que repercutió en todo el
continente. Estas dos perspectivas, caudillismo y revolución mexicana, se
sintetizan en los planteamientos positivistas, y en una nueva forma de
aproximarse al problema de la identidad cultural latinoamericana. Para Fuentes
“Definir a la civilización era el problema mismo en el cual se centró el debate
cultural en el siglo XIX. ¿Qué era esta categoría civilizada a la cual
aspirábamos, con la cual identificábamos la vida moderna y el bienestar mismo?
Por exclusión decidimos que la civilización no significaba ser indio, negro o
español. En vez, quisimos creer que civilización significaba ser europeo, de
preferencia francés”[8]
La
Revolución Mexicana para Fuentes fue un hecho de primera importancia en la
conformación de la historia cultural en América Latina, ésta reveló una cultura
propia, no sólo de México sino del continente, la Revolución Mexicana fue ante
todo, una revolución cultural, donde la figura del filósofo José Vasconcelos,
líder cultural del momento, se disputa honores con Pancho Villa y Emiliano
Zapata. La Revolución Mexicana dio paso al muralismo de los grandes pintores,
entre los que figuran José Clemente Orozco, Diego Rivera y Rufino Tamayo,
grandes pintores que ponen al continente latinoamericano a la cabeza de la
estética mundial. No hay en este período de la estética latinoamericana artista
que escapara a la influencia del muralismo mexicano.
Fuentes
termina su obra transfiriendo la problemática latinoamericana de España a los
Estados Unidos, éste sería el segundo hilo conductor de nuestra historia
cultural, y se refiere a la situación de los hispanos en Estados Unidos de
América, pero también el libro finaliza con una acotación a la España
Contemporánea, lo cual nos indica que la historia cultural de España, para
Fuentes, es indisociable de la hispanoamericana, ¿qué tan real es ello? La
respuesta la tiene el lector. Sin embargo, en innegable que El espejo
enterrado de Carlos Fuentes ha sido un intento importante por escribir una
historia de cultura hispanoamericana desde la perspectiva del Quinto
Centenario.
[1] Fuentes, Carlos. 1998. El espejo enterrado. Madrid, Taurus.
[2] Op. Cit. 17-18.
[3] Op. Cit. 186-187.
[4] Op. Cit. 203
[5] Op. Cit. 281.
[6] Op. Cit. 362.
[7] Op. Cit. 428.
[8] Op. Cit. 423.
¿Es cierto que van a hacer una edición especial sobre el poeta Ramón Palomares?
ResponderEliminarUn comentario: José Luis Romero no hizo aportes a la historia de la cultura sólo en sus estudios sobre las ciudades latinoamericanas. También fue un gran estudioso de la cultura europea medieval -en la línea de Burckhardt y, sobre todo, Huizinga-, demostrando de esa manera que los latinoamericanos no necesitan estudiar, únicamente, a Latinoamérica. Por otro lado, también nos ha legado una síntesis genial, por lo breve, de la historia de la cultura occidental, titulada, precisamente, "La cultura occidental".
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