Por Karla Colmenares
Salvador Dalí, La persistencia de la memoria |
Más
recuerdos tengo yo solo, que los que habrán
Tenido
los hombres desde que el mundo es mundo
Función del cerebro, proceso
cognitivo, fenómeno de la mente, mediano plazo, largo plazo. Lo cierto es que,
al intentar definir la memoria, es justamente este carácter ambiguo, de
entenderla o definirla de varios modos,
lo que nos hace pensar en la memoria como ese repertorio donde los
recuerdos se van acumulando, donde las experiencias se van aglomerando en una
persistencia que se nos vuelve un artificio complejo, mágico, ingenioso y,
sobre todo, misterioso. Jorge Luís Borges nos dice en su poema Cambridge: “Somos nuestra memoria, somos
ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos”. La memoria será eso que nos hará entender que
puede existir memoria sin recuerdo, pero de ninguna manera, puede existir
recuerdo sin memoria.
Lo fantástico de la memoria lo
encontramos en esa necesidad de recordar las cosas que nos moldean de una forma
u otra, recordar desde la experiencia, con una exactitud que, en ocasiones, abunda
en detalles.
Ahora bien, la memoria en la obra
narrativa de Carlos Fuentes, será el recurso y principio creador, este “Ego sum Creatorem” nos hace conocer a
Aura, figura fantasmagórica, espectral, que surge de esta necesidad de saberse
y reconocerse en el recuerdo, esta necesidad de recuperar la vitalidad (Consuelo)
que el transcurso del tiempo, “río lento que se remueve con dulzura”, le ha
profanado ese mañana y ayer lineal e irreversible de la existencia progresiva, donde solo el recuerdo es capaz
de hacernos sentir vivo algo que ya no está, no se halla, no coexiste, y que,
desde el recuerdo, toma forma y figura, detalles que solo la memoria, desde esa
complejidad mecánica, es capaz de precisar con exactitud a partir del recuerdo.
La necesidad de Consuelo de despertar
en Felipe la memoria de su difunto esposo, el General Llorente, la lleva a insistir en el reconocimiento de éste
a través de sus papeles, documentos, traducción y redacción de ellos, no es
sino hasta una foto, donde Felipe Montero se reconoce a si mismo como El General
Llorente, aparece esta persistencia de reconocernos en lo pasado:
Veras, en la tercera foto,
a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una
banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven
como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es. . . eres tú.
Entonces, la memoria, este proceso cognitivo
que se va produciendo en etapas se vuelve: 1. Captación, visualizarse a si
mismo en el puesto del general; 2. Retención, convencerse de que lo imposible es
lo realmente verdadero y, por último, 3. Evocación, esta etapa de la memoria será,
en esta obra de Carlos Fuentes, la asimilación del ser desde el recuerdo. La
mente trayendo al foco de la conciencia este recuerdo que estuvo dormitando en
la forma más compleja e intrínseca de su naturaleza, fuiste, eres y serás por
siempre memoria y recuerdo del General Llorente, memoria que desde este momento tendrá su
significación desde y a partir de imágenes, y solo la imagen que podemos
describir con palabras, visualizar con metáforas, podrá tener un puesto en este
almacén, convertirse en recuerdo.
Pegas esas fotografías a
tus ojos, las levantas hacia el tragaluz: tapas con una mano la barba blanca
del general Llorente, lo imaginas con el pelo negro y siempre te encuentras,
borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú.
En este sentido, la memoria será parte
del ser humano, el avance natural del tiempo que supone el envejecimiento, que
converge con la muerte, muerte que es admisible si y solo si, no existiera en
la memoria algún recuerdo que hiciera posible la existencia del ser.
Felipe Montero, al igual
que Aura, se convierte en la proyección de esa necesidad de Consuelo mencionada
en el párrafo anterior, ambos tendrán esa característica de misceláneo que Consuelo
desea confinar en la memoria, son ella reviviendo desde su recuerdo, su miedo a
ser traspasada por el tiempo y ser olvidada, para ella esto significa dejar de
existir: “¿Aunque muera, Felipe? ¿Me
amarás siempre, aunque muera? Siempre, siempre. Te lo juro. Nadie puede
separarme de ti.”
Esta confirmación estará patentándose de forma no expresa en la
memoria de Felipe, nadie podrá separarlo, porque el vínculo ya se ha
establecido en su recuerdo, ya ha memorizado, reconocido y revivido la belleza
de Aura, y la memorizará para siempre.
La memoria como componente sustancial de ese mundo posible de la
narrativa de Carlos Fuentes, vuelve a hacerse recurrente en la obra Las buenas conciencias (1959). Esta idea
se convertirá en historia, familia, descendencia y actuar, siempre con la
particularidad de ser lineal e inherente al pasado, irrefutable y drástica: “Recordaría. Repetiría los nombres, las
historias. La casa, húmeda y sombría. Casa de puertas y ventanas que la
muerte, el olvido o la simple falta de acontecimientos iban cerrando, una a
una.”- Jaime Ceballos, en el final de su adolescencia, decidirá
pronto el rumbo que tomará su vida de alguna forma sujeta a su familia. Preparado y enfrentado a lo que
desaprueba, su percepción del mundo será que no tiene un lugar definido en él.
Su debate estará vacilante entre la moral cristiana, el pecado y la salvación.
La vida, entonces, pone a Jaime ante medias verdades que lo harán cambiar de
forma radical, este hecho de descubrir una verdad, sin tratar de corregirla
razonando, en ese discurrir, que sin darse cuenta ya había constituido su
personalidad. Jaime Ceballos habrá asumido conducirse bajo la autoridad
aplastante que su familia había ejercido en él.
Ese concurrir insistente de lo pasado,
esa necesidad de una familia que existe y tiene fuerza por la imagen instaurada
de la familia anterior, esa estirpe que se había encargado de construir un patrimonio
para sus descendientes desde la memoria,
será la reiteración de una familia que busca seguir manteniendo en pie
la gran “representación” de una familia con “buenas conciencias”.
Ese actuar que representa la memoria
que en algún momento de la vida se acaba, será uno de los recursos de Carlos
Fuentes para ir hilando una trama que tendrá como saber concluyente, un
dictamen cuya explicación será: el no cuidar la memoria y seguirla alimentando
con reminiscencias del pasado, irá generando la pérdida de la capacidad de
recuerdos propios, esta característica de memoria personal, particular, de
algún modo desaparecerá, instaurándose de forma persistente, permanente, en
algo que no pertenece, estancada en el recuerdo. Significando, de alguna forma,
la pérdida absoluta de la esencia del ser.
Asignándole el nombre “patrón”, solo
por llamarlo de alguna manera, la relación memoria y recuerdo igual a:
vitalidad, felicidad, miedo, duda, extrañeza y existencia, se verá en repetidas
ocasiones en la obra narrativa del escritor mexicano Carlos Fuentes La muerte de Artemio Cruz (1962),
hablemos de “momentos” solo para darle orden y fluidez a cada idea.
En un primero momento, la memoria se
convertirá en extrañeza del cuerpo: “Hay que pensar en el cuerpo. Agota pensar
en el cuerpo. El propio cuerpo. El cuerpo unido. Cansa. No se piensa. Está.
Pienso, testigo. Soy, cuerpo”, una afirmación a medias luces de un cuerpo que
está, pero ya no corresponde al cuerpo que existía en la memoria, esta
extrañeza surge de la necesidad de reclamar al tiempo la alteración y deterioro
del cuerpo que no se reconoce conjuntamente en el recuerdo. Se rememora de otra
manera. Se ha desligado la relación cuerpo,
pensamiento y memoria, estableciéndose un caos frente a lo que significa ese estado
del cuerpo: agotado, acabado, desgastado: “Siento miedo de pensar en mi propio
cuerpo”. La relación entre memoria y pensamiento como parte integrante
de algo (cuerpo) será interrumpida en una intermitencia a ratos, de aceptar o
no ese algo que era antes. En lo pasado, en el antes, se definía como pieza
complementaria, pero que en el ahora está anulado. Ese “hombre alto, lleno de
fuerza, con unos ojos verdes hipnóticos y un hablar cortante. Artemio Cruz”, ha
sido quebrantado por esa variable predecible y silenciosa llamada
tiempo.
Cuando recordamos algo o a alguien, lo
que hacemos es rememorar, recrear este recuerdo desde los sentimientos que, en
su momento esta cosa o ese alguien generó. Para Artemio Cruz, éste será el único medio para recordar que
alguna vez fue feliz, amó, existió para alguien, Regina: “Acaso bastaría
imaginarla para tenerla siempre a su lado. Quién sabe si el recuerdo puede
realmente prolongar las cosas, entrelazar piernas, abrir las ventanas a la
madrugada, peinar el cabello y resucitar los olores, el ruido y el tacto”. El recuerdo
se produce parcialmente como una transformación que va calando desde lo más incógnito
del pensamiento, impregnándose de las experiencias disfrutadas de la mano de Regina,
llenándose de gestos significativos, “ese
resucitar los olores” grabado de
forma permanente, reviviendo sus recuerdos desde los sentidos.
Irenio Funes (conocido personaje del
cuento “Funes el memorioso” de Jorge Luis Borges) tenía la cualidad de, a causa
de un accidente, poseer una memoria prodigiosa que no olvidaba nada, o no le
permitía olvidar, almacenado cada nube de cada hora, minuto o segundo del día,
almacenando también cada tono voz, “era el solitario y lúcido espectador de un
mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”, es esta
particularidad de los recuerdos almacenados en la memoria a partir de los
sentidos, idea que podemos explicar relacionando a Funes con Artemio Cruz,
desde la manera particular en que se asume o se vive la experiencia del
recuerdo y la memoria.
Los recuerdos son almacenados de una
forma más duradera en la memoria si estos van acompañados de; un perfume, una fotografía,
un sabor intenso perdurable en el paladar, una canción o simplemente una
caricia. Artemio recuerda al hombre que amó con devoción gracias a estas
caricias ansiosas y encuentros furtivos vividos con Regina, encargándose ésta
de modificar la memoria de Artemio, suprimir de su recuerdo lo vergonzoso, el cómo
se habían conocido, esa primera impresión de un Artemio Cruz abusivo. Catalogando
Artemio este recuerdo en su memoria como “una hermosa mentira”: “No. No vi tu
uniforme. Solo ví tus ojos reflejados en el agua y desde entonces ya no pude
ver mi reflejo sin el tuyo a mi lado”. En este segundo momento la memoria se
convierte en felicidad, sentido y duda…
El poco tiempo para recordar parece un
elemento que estimula la memoria, “Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos”, dirá Pavese,
convirtiéndose la memoria en advertencia, no hay mucho tiempo para recordar ya. La conciencia habrá entrado entonces en la memoria, Pavese nos
dice: “para todos tiene la muerte una mirada”, para Artemio Cruz su mirada fue en retrospectiva, hacia ese pasado
lejano pero latente; este será el tercer y último momento, distinguirse frente
a ese espejo que representa la memoria, visualizarse desde todas las
perspectivas, detallando todas sus caras, afirmando “sí yo soy los tres”.
El titulo de este ensayo surge de la
observación de una pintura de Salvador Dalí, “la persistencia de la memoria” o
“los relojes blandos”. Este artista excéntrico surrealista que afirma que “el
tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan”; y, por ser la
memoria pariente directa del tiempo, pues ésta no podría existir sin él, es
necesario atribuírsele [a la memoria] ese mismo nivel de “importancia”. Lo cierto es que sin
entenderlo del todo, la memoria será esa concepción de nuestras experiencias
desde lo abstracto, desde la recurrencia hacia lo anterior, desde reconocernos
y recordarnos como si buscáramos conocer de alguna forma lo que no entendemos
de nosotros mismos. La memoria es algo que no podemos explicar, ubicar, ni
definir con exactitud, comprendiendo entonces de forma inconsciente que está
fuera de todo razonamiento, es y está allí para hacernos entender que son
umbrales inexplicables y lejos del alcance del intelecto humano.
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Karla
Colmenares
(Maracaibo, 1991) Estudiante de Educación mención Lengua y Literatura en la
Universidad Católica Cecilio Acosta (Maracaibo, Edo. Zulia) y estudiante de
Letras en la Universidad del Zulia (LUZ).
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