miércoles, 16 de enero de 2013

El vértigo de la ternura

Por Norland Espinoza














A Rosa Santeliz.

            Siempre me ha gustado creer que algunas veces, en esto que llamamos realidad, cotidianidad, se abren diminutas grietas. Grietas en lo real, parafraseando a Víctor Bravo. Curiosos intersticios que dejan ver diferentes tipos de constelaciones, errores, inverosimilitudes que traman distintos tipos de escenarios lo bastante significativos como para detenernos ahí. En ese breve espacio y tiempo que reinterpreta lo ya existente, cuestionamos, dependiendo del caso, nuestro devenir. En ese breve y entrañable espacio nos damos cuenta de la transformación que regirá nuestra visión para inmortalizar dicho instante. Hablo, desde ese breve instante, del detalle. Del asombroso detalle, desmitificador acaso, de la ficción en la realidad.

            El detalle nos da entrada a algo más grande, quizá, laberínticamente más grande. Milagrosamente más grande cuestionando o no hasta la existencia misma:                                         
Desde escribir en un diario el recuerdo del primer beso, hasta tallar en la memoria la última noche de las noches con un ser querido. Detalles históricos marcan pauta en lo que una cultura dejará a la humanidad.

En esa brecha, nacen nuevas líneas mundiales, continentales, artísticas, sociales, personales, entre otros. Recuerdo a Jean-Pierre Jeunet mostrando en sus palabras la metáfora visual del perfume callado del aire en el murmullo de la ciudad o su protagonista contemplando los pequeños placeres de la cotidianidad metiendo la mano en un saco de granos.

La armonía que nos muestra Jeunet deleita no sólo visualmente. Su pretensión nos traslada al momento único del instante vivido vislumbrando acuerdos entre nosotros, el macro y microcosmos. Es por esta razón que al final de la historia es una confabulación del universo decretando que lo que ha de pasar, pasará por mucho que sean las circunstancias acaecidas entre los protagonistas. 

Cosa distinta ocurre con el detalle de las manos, los dedos en la obra la Creación del hombre de Miguel Angel Buonarroti. Lo “próximo” favorece más bien a un enigma.          
                                                                      
Una “posibilidad”, marcada por lo inminente entre lo divino y lo terrenal concatenada por una peripecia de equilibrio universal, es un entrar al juego como diría Roberto Juarroz, que va más allá de lo estético o poesía pictórica. Y ese intervalo, arropado por el detalle, por la eternidad y el instante, será dado por el virtuosismo de las manos insinuando que son ellas las que permitirán toda expectativa entre acontecimientos magnánimos o no, desarrollados después del roce o de lo que pudo haber sido si se generara tal contacto de energías. El detalle del acercamiento de los índices es, en palabras de Carlos Ramírez, una proeza cósmica de concentración del poder del universo; parece que fuese a producirse una chispa de incandescencia vital.

Ese chispazo trascendente podemos notarlo, por qué no, cuando la inocencia infantil evoca, desde algún intersticio, argumentos, que alguna vez Meneses llamó,  maravillosos. En el libro La alegría de querer  de Jairo Anibal Niño, sus protagonistas manifiestan una poética tan posible dentro de los límites de lo real que resulta mágico, impresionante a nuestros sentidos. En el poema En secreto la picardía cautiva permitiéndonos ser cómplices de una candidez tan humana, tan densamente creativa que la cotidianidad, normalmente, pretende ensombrecerla: En secreto/ Recogí el vaso en que habías bebido/ Y lo lleve a mi casa./ Por las tardes, cuando llego del colegio,/ Lo coloco bajo el grifo/ Y veo flotar un beso en el agua.

Esta expresión del niño, este sentimiento nace tan natural, tan simple que nos transmite  un mundo de existencia humana original.

Supe que te amaba más allá de toda duda es humanamente original y trascendental como cuando la comprensión aritmética se percibe con claridad debido a los resquicios del amor: Ayer por primera vez/ Supe lo que era la aritmética/ Cuando, sin que nadie se diera cuenta/ Me besaste en los labios./ Ayer por primera vez/ Supe que 1 más 1 son 1.

Pensaba el escritor que este poema denota revelación sencilla a un problema complicado dejando apreciar, del mismo modo, nostalgias de esperanza en contrapartida de la manifestación cotidiana.

Francisco Massiani no escapa (sin pretender encasillarlo ni mucho menos) y como también lo afirma Rafael Arráiz Lucca, a esta belleza. A esta ternura fantástica, ternura sosegada por el trazo del detalle proponiendo así llegar directamente al corazón de las cosas. A crear vínculos de esa belleza y el lenguaje de la cotidianidad.

Las primeras hojas de la noche (1970) revelan en el cuento Cuando las hojas de la noche esperan que todos duerman para crecer ese fulgor que, desde la ternura y la espera, muestra un significado diferente al tiempo, a la naturaleza y al detalle que los une: A veces pasaba una hora y a veces dos horas, hasta que por fin ¡tin!: una hoja se separaba de la otra para crecer. Y las hojas están apurruñadas, y de golpe ves que una de ellas… Tin… se suelta, se mueve, se queda libre y crece. …Maravillosa.


Massiani no solo deja contemplar en primerísimo plano el éxtasis del joven sino que termina tal emoción con una energía vital y esperanzadora: Ahora oye: ella era ese tin. Ella era ese momentico en que las hojas hacían tin… La descripción es del mismísimo proceso del devenir humano. Completado o no por los diferentes arquetipos de sociedad pero que en esencia es movido por la pasión amorosa: Ella era ese momentico decía el protagonista. Momentico que no podía ser de otra manera en cualquier lugar probable de la realidad porque es el presente vívido, libérrimo. El presente de ese momento manifestándonos preocupaciones esenciales según Gabriel Jiménez Emán, para que el lenguaje de lo real sea más que una trivial consecuencia improbable por la falta de coqueteo con lo fantástico, por la falta de metáfora hacia la cotidianidad.

Así que el detalle nos resulta místico. Se va transformando en un misticismo. Crea dos realidades, afirma Arráiz Lucca, las cuales están argumentadas por la peripecia del detalle “fabulado” del protagonista y su pasión en describir tal hecho del nacimiento de las hojas, y el no fabulado producto de una mera consecuencia de lo que debe ser, y nada más, como es el crecimiento de una hoja.

Carlos Noguera razón tenía al decir que no hay otro héroe que él mismo, aquel que “sospecha” desde su metáfora, el desarraigo entre lo que ve, en este caso el crecimiento-renacimiento, y lo que sucede fuera de él. Por lo tanto, ese “sospechar” es convertido en un juego, el juego como arte, actividad poética diría Freud, de ahí que el niño, el chico sea un poeta, tal como sucede en las escrituras de Jairo Aníbal Niño. Poeta para tolerar los avatares conflictivos producto de las emociones juveniles, pasiones y sociedades. Niño poeta para acurrucarse en el detalle de la hoja y compararlo con el amor y así gozarse la trasformación para vivir ese momentico sin tratar de comprenderlo porque comprenderlo “pertenece al adulto”.

En ese tránsito del renacimiento, en esa dialéctica con el detalle de la naturaleza, en lo lúdico como rito de iniciación, en la diminuta posibilidad, en el deseo, en la cola del relámpago, exactamente ahí se encuentra la libertad.

En el paisaje de la cuentística de Francisco Massiani recuerdo el cuento Un regalo para Julia cuya naturaleza del detalle sobreentendido, oscuro y nefasto, pienso, es su nervio directo. De índole humorísticamente trágica, si se me permite el término, donde el narratario percibe el miedo impoluto de la cita amorosa y la naturaleza descarnada, febril en la adolescente, provocativa e impresionante Julia. Aquella Julia como estructura de un todo. Es la agonía feliz de Juan afirmo jocosamente y con nostalgia. Nostalgia y soledad caníbal que pretende arropar también al cuento Ya no sería lo mismo. Nuevamente la realidad devastando el recuerdo. Recuerdos donde se pide no ser la ausencia: dónde recordar, sin que me duela decía Jorge Luis Borges. Y Julia Kristeva acotaba: Es un abismo de tristeza, de dolor incomunicable que nos absorbe a veces, y a menudo duramente hasta hacernos perder el gusto por cualquier palabra …Mi dolor es el rostro oculto de mi filosofía. Ahora en letras de Massiani, abrumadoras letras nacidas de la nostalgia que parecen más bien un duelo nos dice: ¿Qué te pasa? ¿Estás triste?/ -No, no estoy triste/ -Estas tristísimo/ -No, no lo estoy. Más adelante, la metáfora: ¿Qué es un gol?/ Ahora el hombre la miró a los ojos y entusiasmado le respondió que un gol era adivinar a una mujer en una multitud, adivinarla como una vieja amante sin haberla conocido todavía. Saber que ya la amabas sin haberle preguntado el nombre ni nada. Es una melancolía que interpreta lo que ya no es y donde el protagonista replantea un orden, organización de su existencia, un orden necesariamente ilimitado para que el terror del caos no lo invada aún más. Porque verdaderamente privarse de un oficio lúdico, quimérico, como posible modo de vida, es un caos.


Massiani redescubrió estas aristas para componer a sus personajes desde conductas y cualidades brotadas de la ternura. Una ternura inacabada, difícil de pronunciar, que revelan bellezas iracundas, detallistas, compleja y hermosamente detallistas de la niñez, juventud en lo laberíntico de la realidad.

El detalle como arte de existencia, como viable ética es la promesa de Francisco Massiani. Cuando nos dice: Cuando eso pasa, cuando me sonríe, entonces yo aprovecho para verle la boquita, esos dos gajitos de naranja, porque es así: tiene dos gajitos de naranja, y sé por ejemplo que el labio de arriba, cuando se separa del de abajo, parece que le diera miedo dejarlo solo, y entonces tiembla un poquito, no mucho, un poquito solamente, eso es un saber ser frente a la circunstancia porque para otros eso puede pasar desapercibido. Juan lo sabía. Sabía los riesgos de la circunstancia. La temperancia que ello significaba y los apremios de la decisión final. Una imperfección griega en la vulnerabilidad infantil. Cómo no sudar entonces por la narración, cómo no ver esa brecha y dejarse cautivar hasta el extremo de saber de lo que somos capaces de hacer procurando un devenir moral, artístico, necesario para la experiencia como invención de sí: identidad que muchas veces es descubierta por el amor, sus pasiones y estragos, No hubo otra cosa en mi vida hasta que apareció el amor. El nivel discursivo del detalle marca el destino, el esplendor destino de Fernando. Exacta descripción cuyo detalle se inmortaliza en la mente y acciones decisivas del narratario del cuento Cambio de suertes: Tú subiendo y la mujer pisando cada escalón, cada pierna hinchándose en cada escalón, cada muslo en cada escalón cada nalguita temblándole en cada escalón, se te iba el aliento cansándote el aliento en cada pisada como si fuera una tonelada cada vez que levantas el pie, la pierna arriba, los muslos, el cuerpito calientico de Nacha a un segundo de ti… Aquí otra característica en las líneas de Francisco Massiani que si bien antes la había expuesto la disfrutaba pero sigilosamente: el erotismo.

He querido trazar, solemnemente, la naturalidad y la carencia del sentido desvanecedor, por la época actual, de las palabras en algunos trascendentales cuentos de Francisco Massiani. El siglo XX ha concebido avances para el designio social. Desde la tecnología hasta no terminar en la ciencia, dicho siglo arrojó pulsiones para su interpretación-reinterpretación cuyos hallazgos producto del desciframiento aún se albergan en el inconsciente colectivo. La huella que va dejando Massiani, desde ese siglo con cada lectura de su obra, igualmente forma parte de la urgencia por entender nuestras incomparables realidades. Su voz nació como un susurro con su primer cuento Otro domingo para darle paso después a su novela Piedra de mar (1968) convirtiéndose ésta en un clásico, en un nuevo eslabón, en un cimiento histórico advirtiendo no solo una nueva perspectiva venezolana sino universal del inmenso detalle cambiante por diversos escenarios vistos éstos a través de los ojos de la juventud.

Ivonne Bordelois dijo alguna vez que estamos perdiendo ciertos sentidos preciosos o terribles a causa de nuestra imposibilidad. Massiani, a partir de un referente consolador como la juventud, comienza a pincelar, con Piedra de mar, esa vertiente en procura de cambios para evitar seguir cayendo en dichas imposibilidades. Su universo dramático también es humorístico, igualmente procura un orden, como nos habla en el cuento La vez que lunes fue domingo, Había una vez un tigre y como de igual manera semejante drama nos conmueve en Piedra de mar. Pero no basta con entender el problema si no hay resplandores para su solución, ahí, en ese detalle que va dejando de ser susurro, secreto, es donde nace una reflexión esencial de futuro: Me siento realmente feliz. Creo que esta saliendo el sol. Lo digo porque el cielo está más claro. Mucho más claro. Es decir mientras Vietnam sacude al mundo un chico, más allá de la “ficción”, vigorosamente desde la piel y la complicada ternura, plantea las posibilidades del amor: La distancia de su mano a la mía era donde el cielo nacía perdido de alegría. Mientras el Mayo francés pareciera interminable, el cómplice lector de Corcho busca la manera de continuar dialogando con ese encantamiento o como acota José Balza: Tanto el joven como adulto que recorran estas páginas hallarán en la inmediatez de su vida, o escondidas como una dulce serpiente, el malestar y la gloria de ser adolescente.

En mis primeras lecturas, mis lecturas de vida, Massiani persiste apasionadamente, con una especie de afortunada nostalgia con sus eternas travesías a las inflexiones del lenguaje invitándome, invitándonos a ese diálogo partiendo de la connotación e insinuación del detalle. De la intimidad de la belleza. Del vértigo de la ternura. De la brevedad de lo posible en las brechas de esta también intrínseca realidad.

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Norland Espinoza. Licenciado en Letras y Diseñador Gráfico. Especialmente interesado en la fotocomposición digital, fotografía intervenida y la fotografía. Absolutamente interesado en la literatura, cine y fotografía como geometría para la comprensión de las realidades que nos circundan. Graduado en la Universidad del Zulia para, posteriormente, seguir estudiando fotografía en diversos talleres y escuelas de arte de Maracaibo y comprender, aún más que, ese modo de vida, se hace desde la pasión, desde la vital necesidad de detener el tiempo y el momento buscando la poderosa trascendencia. 

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