A Rosa Santeliz.
Siempre me ha gustado creer que algunas
veces, en esto que llamamos realidad, cotidianidad, se abren diminutas grietas.
Grietas en lo real, parafraseando a Víctor Bravo. Curiosos intersticios que
dejan ver diferentes tipos de constelaciones, errores, inverosimilitudes que
traman distintos tipos de escenarios lo bastante significativos como para
detenernos ahí. En ese breve espacio y tiempo que reinterpreta lo ya existente,
cuestionamos, dependiendo del caso, nuestro devenir. En ese breve y entrañable
espacio nos damos cuenta de la transformación que regirá nuestra visión para
inmortalizar dicho instante. Hablo, desde ese breve instante, del detalle. Del
asombroso detalle, desmitificador acaso, de la ficción en la realidad.
El detalle nos da entrada a algo más
grande, quizá, laberínticamente más grande. Milagrosamente más grande
cuestionando o no hasta la existencia misma:
Desde escribir en un diario el recuerdo del
primer beso, hasta tallar en la memoria la última noche de las noches con un
ser querido. Detalles históricos marcan pauta en lo que una cultura dejará a la
humanidad.
En esa
brecha, nacen nuevas líneas mundiales, continentales, artísticas, sociales,
personales, entre otros. Recuerdo a Jean-Pierre Jeunet mostrando en sus
palabras la metáfora visual del perfume
callado del aire en el murmullo de la ciudad o su protagonista contemplando
los pequeños placeres de la cotidianidad metiendo la mano en un saco de granos.
La armonía
que nos muestra Jeunet deleita no sólo visualmente. Su pretensión nos traslada
al momento único del instante vivido vislumbrando acuerdos entre nosotros, el
macro y microcosmos. Es por esta razón que al final de la historia es una
confabulación del universo decretando que lo que ha de pasar, pasará por mucho
que sean las circunstancias acaecidas entre los protagonistas.
Cosa
distinta ocurre con el detalle de las manos, los dedos en la obra la Creación del hombre de Miguel Angel
Buonarroti. Lo “próximo” favorece más bien a un enigma.
Una
“posibilidad”, marcada por lo inminente entre lo divino y lo terrenal
concatenada por una peripecia de equilibrio universal, es un entrar al juego
como diría Roberto Juarroz, que va más allá de lo estético o poesía pictórica.
Y ese intervalo, arropado por el detalle, por la eternidad y el instante, será
dado por el virtuosismo de las manos insinuando que son ellas las que
permitirán toda expectativa entre acontecimientos magnánimos o no,
desarrollados después del roce o de lo que pudo haber sido si se generara tal
contacto de energías. El detalle del acercamiento de los índices es, en
palabras de Carlos Ramírez, una proeza
cósmica de concentración del poder del universo; parece que fuese a producirse
una chispa de incandescencia vital.
Ese chispazo
trascendente podemos notarlo, por qué no, cuando la inocencia infantil evoca,
desde algún intersticio, argumentos, que alguna vez Meneses llamó, maravillosos. En el libro La alegría de querer de Jairo Anibal Niño, sus protagonistas
manifiestan una poética tan posible dentro de los límites de lo real que
resulta mágico, impresionante a nuestros sentidos. En el poema En secreto la picardía cautiva
permitiéndonos ser cómplices de una candidez tan humana, tan densamente
creativa que la cotidianidad, normalmente, pretende ensombrecerla: En secreto/ Recogí el vaso en que habías
bebido/ Y lo lleve a mi casa./ Por las tardes, cuando llego del colegio,/ Lo
coloco bajo el grifo/ Y veo flotar un beso en el agua.
Esta
expresión del niño, este sentimiento nace tan natural, tan simple que nos
transmite un mundo de existencia humana original.
Supe que te amaba más allá de toda duda es
humanamente original y trascendental como cuando la comprensión aritmética se
percibe con claridad debido a los resquicios del amor: Ayer por primera vez/
Supe lo que era la aritmética/ Cuando, sin que nadie se diera cuenta/ Me
besaste en los labios./ Ayer por primera vez/ Supe que 1 más 1 son 1.
Pensaba el
escritor que este poema denota revelación sencilla a un problema complicado
dejando apreciar, del mismo modo, nostalgias de esperanza en contrapartida de
la manifestación cotidiana.
Francisco
Massiani no escapa (sin pretender encasillarlo ni mucho menos) y como también
lo afirma Rafael Arráiz Lucca, a esta belleza. A esta ternura fantástica,
ternura sosegada por el trazo del detalle proponiendo así llegar directamente al corazón de las cosas. A crear vínculos de
esa belleza y el lenguaje de la cotidianidad.
Las primeras hojas de la noche (1970)
revelan en el cuento Cuando las hojas de
la noche esperan que todos duerman para crecer ese fulgor que, desde la
ternura y la espera, muestra un significado diferente al tiempo, a la
naturaleza y al detalle que los une: A
veces pasaba una hora y a veces dos horas, hasta que por fin ¡tin!: una hoja se
separaba de la otra para crecer. Y las hojas están apurruñadas, y de golpe ves
que una de ellas… Tin… se suelta, se mueve, se queda libre y crece.
…Maravillosa.
Massiani no
solo deja contemplar en primerísimo plano el éxtasis del joven sino que termina
tal emoción con una energía vital y esperanzadora: Ahora oye: ella era ese tin. Ella era ese momentico en que las hojas
hacían tin… La descripción es del mismísimo proceso del devenir humano.
Completado o no por los diferentes arquetipos de sociedad pero que en esencia
es movido por la pasión amorosa: Ella era
ese momentico decía el protagonista. Momentico que no podía ser de otra
manera en cualquier lugar probable de la realidad porque es el presente vívido,
libérrimo. El presente de ese momento manifestándonos preocupaciones esenciales
según Gabriel Jiménez Emán, para que el lenguaje de lo real sea más que una
trivial consecuencia improbable por la falta de coqueteo con lo fantástico, por
la falta de metáfora hacia la cotidianidad.
Así que el
detalle nos resulta místico. Se va transformando en un misticismo. Crea dos
realidades, afirma Arráiz Lucca, las cuales están argumentadas por la peripecia
del detalle “fabulado” del protagonista y su pasión en describir tal hecho del
nacimiento de las hojas, y el no fabulado producto de una mera consecuencia de
lo que debe ser, y nada más, como es el crecimiento de una hoja.
Carlos
Noguera razón tenía al decir que no hay otro héroe que él mismo, aquel que
“sospecha” desde su metáfora, el desarraigo entre lo que ve, en este caso el
crecimiento-renacimiento, y lo que sucede fuera de él. Por lo tanto, ese
“sospechar” es convertido en un juego, el juego como arte, actividad poética
diría Freud, de ahí que el niño, el chico sea un poeta, tal como sucede en las
escrituras de Jairo Aníbal Niño. Poeta para tolerar los avatares conflictivos
producto de las emociones juveniles, pasiones y sociedades. Niño poeta para
acurrucarse en el detalle de la hoja y compararlo con el amor y así gozarse la
trasformación para vivir ese momentico sin tratar de comprenderlo porque
comprenderlo “pertenece al adulto”.
En ese
tránsito del renacimiento, en esa dialéctica con el detalle de la naturaleza,
en lo lúdico como rito de iniciación,
en la diminuta posibilidad, en el deseo, en
la cola del relámpago, exactamente
ahí se encuentra la libertad.
En
el paisaje de la cuentística de Francisco Massiani recuerdo el cuento Un regalo para Julia cuya naturaleza
del detalle sobreentendido, oscuro y nefasto, pienso, es su nervio directo. De
índole humorísticamente trágica, si se me permite el término, donde el
narratario percibe el miedo impoluto de la cita amorosa y la naturaleza
descarnada, febril en la adolescente, provocativa e impresionante Julia.
Aquella Julia como estructura de un todo. Es la agonía feliz de Juan
afirmo jocosamente y con nostalgia. Nostalgia y soledad caníbal que pretende arropar también al cuento Ya no sería lo mismo. Nuevamente la
realidad devastando el recuerdo. Recuerdos donde se pide no ser la ausencia: dónde
recordar, sin que me duela decía Jorge Luis Borges. Y Julia Kristeva acotaba: Es un abismo de tristeza, de dolor incomunicable que nos absorbe a
veces, y a menudo duramente hasta hacernos perder el gusto por cualquier
palabra …Mi dolor es el rostro oculto de mi filosofía. Ahora en letras de
Massiani, abrumadoras letras nacidas de la nostalgia que parecen más bien un
duelo nos dice: ¿Qué te pasa? ¿Estás
triste?/ -No, no estoy triste/ -Estas tristísimo/ -No, no lo estoy. Más
adelante, la metáfora: ¿Qué es un gol?/
Ahora el hombre la miró a los ojos y entusiasmado le respondió que un gol era
adivinar a una mujer en una multitud, adivinarla como una vieja amante sin
haberla conocido todavía. Saber que ya la amabas sin haberle preguntado el
nombre ni nada. Es una melancolía que interpreta lo que ya no es y donde el
protagonista replantea un orden, organización de su existencia, un orden
necesariamente ilimitado para que el terror del caos no lo invada aún más.
Porque verdaderamente privarse de un oficio lúdico, quimérico, como posible
modo de vida, es un caos.
Massiani redescubrió estas aristas para componer a sus personajes desde conductas y cualidades brotadas de
la ternura. Una ternura inacabada, difícil
de pronunciar, que revelan bellezas iracundas, detallistas, compleja y
hermosamente detallistas de la niñez, juventud en lo laberíntico de la
realidad.
El detalle como arte de existencia, como viable ética es la
promesa de Francisco Massiani. Cuando nos dice: Cuando eso pasa, cuando me sonríe, entonces yo aprovecho para verle la
boquita, esos dos gajitos de naranja, porque es así: tiene dos gajitos de
naranja, y sé por ejemplo que el labio de arriba, cuando se separa del de
abajo, parece que le diera miedo dejarlo solo, y entonces tiembla un poquito,
no mucho, un poquito solamente, eso es un saber ser frente a la
circunstancia porque para otros eso puede pasar desapercibido. Juan lo sabía.
Sabía los riesgos de la circunstancia. La temperancia que ello significaba y
los apremios de la decisión final. Una imperfección griega en la vulnerabilidad
infantil. Cómo no sudar entonces por la narración, cómo no ver esa brecha y
dejarse cautivar hasta el extremo de saber de lo que somos capaces de hacer
procurando un devenir moral, artístico, necesario para la experiencia como invención de sí: identidad que muchas
veces es descubierta por el amor, sus pasiones y estragos, No hubo otra cosa en mi vida hasta que apareció el amor. El nivel
discursivo del detalle marca el destino, el esplendor
destino de Fernando. Exacta descripción cuyo detalle se inmortaliza en la
mente y acciones decisivas del narratario del cuento Cambio de suertes: Tú subiendo y la mujer pisando cada escalón, cada
pierna hinchándose en cada escalón, cada muslo en cada escalón cada nalguita
temblándole en cada escalón, se te iba el aliento cansándote el aliento en cada
pisada como si fuera una tonelada cada vez que levantas el pie, la pierna
arriba, los muslos, el cuerpito calientico de Nacha a un segundo de ti… Aquí
otra característica en las líneas de Francisco Massiani que si bien antes la
había expuesto la disfrutaba pero sigilosamente: el erotismo.
He querido trazar, solemnemente, la naturalidad y la carencia
del sentido desvanecedor, por la época actual, de las palabras en algunos
trascendentales cuentos de Francisco Massiani. El siglo XX ha concebido avances
para el designio social. Desde la tecnología hasta no terminar en la ciencia,
dicho siglo arrojó pulsiones para su interpretación-reinterpretación cuyos
hallazgos producto del desciframiento aún se albergan en el inconsciente
colectivo. La huella que va dejando Massiani, desde ese siglo con cada lectura
de su obra, igualmente forma parte de la urgencia por entender nuestras
incomparables realidades. Su voz nació como un susurro con su primer cuento Otro domingo para darle paso después a
su novela Piedra de mar (1968)
convirtiéndose ésta en un clásico, en un nuevo eslabón, en un cimiento
histórico advirtiendo no solo una nueva perspectiva venezolana sino universal
del inmenso detalle cambiante por diversos escenarios vistos éstos a través de
los ojos de la juventud.
Ivonne Bordelois dijo alguna vez que estamos perdiendo ciertos
sentidos preciosos o terribles a causa de nuestra imposibilidad. Massiani, a
partir de un referente consolador como la juventud, comienza a pincelar, con Piedra de mar, esa vertiente en procura
de cambios para evitar seguir cayendo en dichas imposibilidades. Su universo
dramático también es humorístico, igualmente procura un orden, como nos habla
en el cuento La vez que lunes fue domingo,
Había una vez un tigre y como de
igual manera semejante drama nos conmueve en Piedra de mar. Pero no basta con entender
el problema si no hay resplandores para su solución, ahí, en ese detalle que va
dejando de ser susurro, secreto, es donde nace una reflexión esencial de
futuro: Me siento realmente feliz. Creo
que esta saliendo el sol. Lo digo porque el cielo está más claro. Mucho más
claro. Es decir mientras Vietnam sacude al mundo un chico, más allá de la
“ficción”, vigorosamente desde la piel y la complicada ternura, plantea las
posibilidades del amor: La distancia de
su mano a la mía era donde el cielo nacía perdido de alegría. Mientras el Mayo francés pareciera interminable, el
cómplice lector de Corcho busca la
manera de continuar dialogando con ese encantamiento o como acota José Balza: Tanto el joven como adulto que recorran
estas páginas hallarán en la inmediatez de su vida, o escondidas como una dulce
serpiente, el malestar y la gloria de ser adolescente.
En mis primeras lecturas, mis lecturas de vida, Massiani persiste
apasionadamente, con una especie de afortunada nostalgia con sus eternas
travesías a las inflexiones del lenguaje invitándome, invitándonos a ese
diálogo partiendo de la connotación e insinuación del detalle. De la intimidad
de la belleza. Del vértigo de la ternura. De la brevedad de lo posible en las
brechas de esta también intrínseca realidad.
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Norland Espinoza. Licenciado en Letras y
Diseñador Gráfico. Especialmente interesado en la fotocomposición digital,
fotografía intervenida y la fotografía. Absolutamente interesado en la
literatura, cine y fotografía como geometría para la comprensión de las
realidades que nos circundan. Graduado en la Universidad del Zulia para,
posteriormente, seguir estudiando fotografía en diversos talleres y escuelas de
arte de Maracaibo y comprender, aún más que, ese modo de vida, se hace desde la
pasión, desde la vital necesidad de detener el tiempo y el momento buscando la
poderosa trascendencia.
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