Daria Endresen, It doesnt hurt anymore |
A EBP
Giros
Verónica
conoce a una mujer de ojos grandes verde
pálido y manos afiladas, centro de atracción de una reunión de gente talentosa, heroica y convencida como
ella, amantes del futuro que no llega.
Por esa mujer Verónica daría su existencia bella, resuelta y planeada, subiría por unas peligrosas
escaleras a un balcón vigilado, hablaría en lenguas desconocidas, haría de ella
su casa y su universo, su piel sería arcilla humedecida en sus manos afiladas...
Es un deseo de entrega sin límites, de posesión vanidosa pues la mujer es demasiado de todo y cada año que le lleva a Verónica la hace más ansiada, es el cuerpo arqueado, meciéndose sobre manos y rodillas, es el cuerpo dejando caer su peso en el otro cuerpo, es exhibir el placer frente a sus ojos grandes verde pálido, es olvidar el futuro. Verónica se la encontrará en otras ocasiones, le sonreirá, “señora” exclamará con tono correctísimo, y luego seguirá antes de que la vida se carcajee.
Certeza
Verónica ha
observado a lo largo del día a su mujer de nardo mientras abre y cierra libros,
mientras escribe o juega solitario en el computador, mientras se queja
–injustamente por supuesto- de cierta actitud olímpica de Verónica respecto a
la vida doméstica, mientras le sonríe y alaba
una crema de apio, mientras sale desnuda y olorosa luego de
bañarse. Verónica se cansa de observar y
decide invadir el cuerpo de su mujer de nardo con los ojos, los labios, la
lengua, las manos, la piel y el peso de su cuerpo. La mira con ojos brillantes de leve orgullo
porque su mujer de nardo se abre levemente y su olor mitiga las angustias del
día para Verónica, interesada en demasía en asuntos mundanos como la política y
las ambiciones, saborea sus senos, se ríe ante las ondulaciones del blanco
cuerpo. Pero cuando ya todo está a punto y Verónica quiere sentir latidos y
humedades más hondas, la mujer de nardo la toca con pericia: Verónica se
desgaja en un gemido tan genuino y profundo que su parsimoniosa compañera le
tapa la boca pues es discretísima. En el conocimiento está la diferencia piensa
Verónica adormilada.
Altar
Verónica
relee una carta de despedida que recibió una vez de una mujer de belleza
contundente y peligrosa a la que Verónica hizo el favor de dejar libre en contra
de su voluntad:
Será otra la que te desnudará, la que
te quitará la ropa con tiernos cuidados o con ansiosos ademanes, la que se
inclinará sobre ti, te apartará el cabello del rostro y te besará con sabiduría
o con algo de rusticidad, según el día, el tiempo o la respuesta que insinúes;
te sujetará firme o displicentemente por las muñecas y será bajo el peso de su
cuerpo en movimiento que te agitarás o te quedarás dócil y tranquila, esperando
o hasta exigiendo con un toque de ira, simple impaciencia, o casi suplicando.
Ni siquiera siento celos o furia: imposible sentirlos; padezco simplemente una
pérdida. Y aunque ya no te interese, también tú padeces una pérdida: mi
entrega, la docilidad de una fiera con las heridas restañadas por tu cuerpo,
mis gemidos, la pasión de mis días, el volver a tomarme por un brazo, el
robarme un beso, el imponerme con dulzura tu voluntad o el disfrutar la
sumisión de seguirme sin queja. No sólo yo quedo vacía. Mi belleza te
perseguirá...
Verónica siente
remordimientos porque la mujer de belleza contundente y peligrosa sufrió a
horrores por su causa...Verónica siente el rigor de la belleza contundente y
peligrosa que no volverá a tener, y la nostalgia de la piel que da sed, y la
sensación de los ojos acariciados por su figura deslumbrante, y el orgullo de
una decisión sensata.
Sabiduría
Verónica a los
veinticuatro años se tropezó con una veterana de mil guerras veinte años mayor
que ella, aquella mujer veterana y deslumbrante de atractivo dorado y terrible
como el de una leona la convirtió en lava, la despertó, la volvió loca, la
destruyó, la hizo reptar en el lodo, la hizo olvidarse de las maduras, pero
entendió finalmente por qué le gustaban tanto las veteranas. En sus manos
Verónica fue puta de a pie, puta de prostíbulo, puta de ricos, yegua y caballo,
hombre y mujer, vulgar y refinada, una lady inglesa y un camionero, jamás
volvería a amar de ese modo aunque sí de otros. Por primera y última vez el
universo de Verónica fue uno solo, sin mundos paralelos, sin deseos ocultos, el mundo uno y completamente real. Cuando
todo acabó Verónica tardó años en levantar cabeza y en comprender que la pasión
también se aprende y se aplica.
Pérdida
Verónica sin
tristeza rememora que hace años se pasó horas enteras recordando como en un
largometraje cuidadosamente editado cada caricia, beso, suspiro, mirada, gemido
de una mujer perdida. Enajenada veía a la mujer perdida por todas partes y
sentía en el pecho un peso muerto que jamás cesaba. Aunque estaba destruida,
Verónica vivía humedecida y expectante, sus manos no le bastaban, ensimismada
soñaba con el regreso de la mujer perdida e imaginaba escenas desbordantes de
todo lo que perdió. Verónica sonríe pensando que esa mujer no se merecía tanto
y que ella la revistió de un traje que no estaba hecho a su medida. Verónica
desde entonces decidió que nadie volvería a abandonarla.
Oscuridad
Verónica se ríe
despectivamente a solas al recordar el lenguaje brutal y las historias de sexo
boxístico de una mujer ebria y estúpida. Provocaba enviarla a un psiquiatra
piensa; se estira, se duerme. Una mano suave se desliza por su cuello y luego
por sus senos. Tacto sin vista, oscuridad absoluta, pero el toque es de mujer.
Verónica la toma de un brazo con suavidad tratando de llevarla a un lugar más iluminado. La desconocida la
atrae hacia su cuerpo imperiosamente y la besa de modo ansioso, dirigiendo la
intensidad y la duración de la caricia. De nuevo Verónica intenta llevarla a un
lugar donde pudiese verla pero tropiezan, caen al suelo y la desconocida se arroja
sobre ella; la besa otra vez con una mezcla de deseo y simple brusquedad que
molesta a Verónica y la excita. La desconocida la domina, Verónica está
iracunda y feliz. Orgullosa, trata de resistirla primero sin violencia y luego
con ella; la desconocida le rompe la ropa, su lengua, su boca, sus manos
recorren su piel desnuda. Verónica está a punto de decirle cógeme de una vez,
ponme en cuatro, pero la desconocida la
muerde y eso enfurece a Verónica hasta tal punto que casi le parte la cara de
una bofetada ruidosa y brutal. Nadie me golpeará como tú, qué bien lo
haces le dice la desconocida, entonces Verónica la empuja y se coloca sobre
ella...Verónica está despierta, reconstruye el sueño, lo perfecciona, lo vuelve
relato... Levanta el teléfono y suspende la cita con el siquiatra y se queda un
rato más con la desconocida a la que ya le colgó un rostro. Ay Almodóvar...
Imposibles
Verónica
evoca su gusto por mujeres mucho mayores que ella en sus tiempos mozos. Ejerce con delectación el gran arte de reírse
de sí misma: tanto deseo juvenil evaporado como un perfume, tanta humedad sin
nadie que la recogiera, tanta pasión no correspondida, tanto silencio a los
gritos reprimidos, tanta flecha mal apuntada, tanta rebeldía en busca de ser
apaciguada, tanto sueños incumplidos...Verónica llegó a los dieciocho años y tuvo una amante inexperta y jovencita...Y
siguieron gustándole las mujeres maduras más que nunca...Otra jovencita, otra
jovencita...otra...Viva la madurez...Soñaba con manos expertas, con juicios
certeros, con paciencia infinita, con ternura extrema, con pasiones
in-descriptas, con que sofocaran su espíritu insurrecto, con situaciones
difíciles...con imposibles. Y entonces llegó el momento de ser la madura de
otras y Verónica se lució en el papel, fue tremendamente deseada, imaginada,
calibrada, analizada, desmenuzada, imposible.
Un vestido y un amor
Nunca
te dejaré le dijo una jovencita a Verónica en su plena y espléndida treintena.
La
dejó y Verónica supo de pastillas y dolores pero antes del abandono soñó como
jamás lo había hecho. La llave del mándala se quebró porque en el mundo hay
ángeles crueles que dejan de recuerdo un vestido y un amor, porque hay ángeles
bellos que caminan por calles de seis ciudades en vestido y con amor, porque
hay ángeles necios que piensan que hay cielos perfectos. Luego de ella Verónica
envejeció muchos años y se convirtió en una mujer más deseante y deseada, luego
de ella Verónica es feliz porque sabe
que hay ángeles que sólo poseen un vestido y un amor, luego de ella y sólo
después de ella Verónica ha probado la mejor vida...
Soberbia
Verónica
sabe que ha hecho sufrir, Verónica sabe lo que es la frialdad y la distancia,
el ver con desprecio a alguien que la ha amado, Verónica sabe que puede ser
cruel, Verónica se humedece de soberbia, se humedece...
Todo
Verónica
conoce a una mujer de ojos grandes verde
pálido y manos afiladas, centro de atracción de una reunión de gente talentosa, heroica y convencida como
ella, amantes del futuro que no llega.
Por esa mujer Verónica daría su existencia bella, resuelta y planeada, subiría por unas peligrosas
escaleras a un balcón vigilado, hablaría en lenguas desconocidas, haría de ella
su casa y su universo, su piel sería arcilla humedecida en sus manos
afiladas...
Gisela Kozak Rovero (1963, Caracas, Venezuela). Ensayista, narradora y
profesora en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Egresada en Letras, con
posgrado y doctorado en Literatura latinoamericana y en Letras. Ha publicado: Rebelión
en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad
(1993); La catástrofe imaginaria (1998); Venezuela, el país que
siempre nace (2008). En ficción: Pecados de la capital y otras
historias (2005); Latidos de Caracas (2006); En Rojo (2011); Todas las
Lunas (2011). Premio Bienal de Narrativa Armas Alfonzo con su colección de
cuentos Pecados de la capital (1997). Galardonada en 2010 con
el Premio Sylvia Molloy al mejor ensayo académico de la Asociación de Estudios
Latinoamericanos de la (LASA).
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