lunes, 6 de agosto de 2012

Detrás del deseo

Por Gisela Kozak Rovero
Daria Endresen, It doesnt hurt anymore
















A EBP
Giros
Verónica conoce a  una mujer de ojos grandes verde pálido y manos afiladas, centro de atracción de una reunión  de gente talentosa, heroica y convencida como ella, amantes del futuro que no llega.  Por esa mujer Verónica daría su existencia bella, resuelta  y planeada, subiría por unas peligrosas escaleras a un balcón vigilado, hablaría en lenguas desconocidas, haría de ella su casa y su universo, su piel sería arcilla humedecida en sus manos afiladas...


Es un deseo de entrega sin límites, de posesión vanidosa pues la mujer es demasiado de todo y cada año que le lleva a Verónica la hace más ansiada, es el cuerpo arqueado, meciéndose sobre manos y rodillas, es el cuerpo dejando caer su peso en el otro cuerpo, es exhibir el placer frente a sus ojos grandes verde pálido, es olvidar el futuro. Verónica se la encontrará en otras ocasiones, le sonreirá, “señora” exclamará con tono correctísimo, y luego seguirá antes de que  la vida se carcajee.

Certeza
Verónica ha observado a lo largo del día a su mujer de nardo mientras abre y cierra libros, mientras escribe o juega solitario en el computador, mientras se queja –injustamente por supuesto- de cierta actitud olímpica de Verónica respecto a la vida doméstica, mientras le sonríe y alaba  una crema de apio, mientras sale desnuda y olorosa luego de bañarse.  Verónica se cansa de observar y decide invadir el cuerpo de su mujer de nardo con los ojos, los labios, la lengua, las manos, la piel y el peso de su cuerpo.  La mira con ojos brillantes de leve orgullo porque su mujer de nardo se abre levemente y su olor mitiga las angustias del día para Verónica, interesada en demasía en asuntos mundanos como la política y las ambiciones, saborea sus senos, se ríe ante las ondulaciones del blanco cuerpo. Pero cuando ya todo está a punto y Verónica quiere sentir latidos y humedades más hondas, la mujer de nardo la toca con pericia: Verónica se desgaja en un gemido tan genuino y profundo que su parsimoniosa compañera le tapa la boca pues es discretísima. En el conocimiento está la diferencia piensa Verónica adormilada.

Altar
Verónica relee una carta de despedida que recibió una vez de una mujer de belleza contundente y peligrosa a la que Verónica hizo el favor de dejar libre en contra de su voluntad:
Será otra la que te desnudará, la que te quitará la ropa con tiernos cuidados o con ansiosos ademanes, la que se inclinará sobre ti, te apartará el cabello del rostro y te besará con sabiduría o con algo de rusticidad, según el día, el tiempo o la respuesta que insinúes; te sujetará firme o displicentemente por las muñecas y será bajo el peso de su cuerpo en movimiento que te agitarás o te quedarás dócil y tranquila, esperando o hasta exigiendo con un toque de ira, simple impaciencia, o casi suplicando. Ni siquiera siento celos o furia: imposible sentirlos; padezco simplemente una pérdida. Y aunque ya no te interese, también tú padeces una pérdida: mi entrega, la docilidad de una fiera con las heridas restañadas por tu cuerpo, mis gemidos, la pasión de mis días, el volver a tomarme por un brazo, el robarme un beso, el imponerme con dulzura tu voluntad o el disfrutar la sumisión de seguirme sin queja. No sólo yo quedo vacía. Mi belleza te perseguirá...
Verónica siente remordimientos porque la mujer de belleza contundente y peligrosa sufrió a horrores por su causa...Verónica siente el rigor de la belleza contundente y peligrosa que no volverá a tener, y la nostalgia de la piel que da sed, y la sensación de los ojos acariciados por su figura deslumbrante, y el orgullo de una decisión sensata.

Sabiduría
Verónica a los veinticuatro años se tropezó con una veterana de mil guerras veinte años mayor que ella, aquella mujer veterana y deslumbrante de atractivo dorado y terrible como el de una leona la convirtió en lava, la despertó, la volvió loca, la destruyó, la hizo reptar en el lodo, la hizo olvidarse de las maduras, pero entendió finalmente por qué le gustaban tanto las veteranas. En sus manos Verónica fue puta de a pie, puta de prostíbulo, puta de ricos, yegua y caballo, hombre y mujer, vulgar y refinada, una lady inglesa y un camionero, jamás volvería a amar de ese modo aunque sí de otros. Por primera y última vez el universo de Verónica fue uno solo, sin mundos paralelos, sin deseos ocultos,  el mundo uno y completamente real. Cuando todo acabó Verónica tardó años en levantar cabeza y en comprender que la pasión también se aprende y se aplica.

Pérdida
Verónica sin tristeza rememora que hace años se pasó horas enteras recordando como en un largometraje cuidadosamente editado cada caricia, beso, suspiro, mirada, gemido de una mujer perdida. Enajenada veía a la mujer perdida por todas partes y sentía en el pecho un peso muerto que jamás cesaba. Aunque estaba destruida, Verónica vivía humedecida y expectante, sus manos no le bastaban, ensimismada soñaba con el regreso de la mujer perdida e imaginaba escenas desbordantes de todo lo que perdió. Verónica sonríe pensando que esa mujer no se merecía tanto y que ella la revistió de un traje que no estaba hecho a su medida. Verónica desde entonces decidió que nadie volvería a abandonarla.

Oscuridad
Verónica se ríe despectivamente a solas al recordar el lenguaje brutal y las historias de sexo boxístico de una mujer ebria y estúpida. Provocaba enviarla a un psiquiatra piensa; se estira, se duerme. Una mano suave se desliza por su cuello y luego por sus senos. Tacto sin vista, oscuridad absoluta, pero el toque es de mujer. Verónica la toma de un brazo con suavidad tratando de llevarla a  un lugar más iluminado. La desconocida la atrae hacia su cuerpo imperiosamente y la besa de modo ansioso, dirigiendo la intensidad y la duración de la caricia. De nuevo Verónica intenta llevarla a un lugar donde pudiese verla pero tropiezan, caen al suelo y la desconocida se arroja sobre ella; la besa otra vez con una mezcla de deseo y simple brusquedad que molesta a Verónica y la excita. La desconocida la domina, Verónica está iracunda y feliz. Orgullosa, trata de resistirla primero sin violencia y luego con ella; la desconocida le rompe la ropa, su lengua, su boca, sus manos recorren su piel desnuda. Verónica está a punto de decirle cógeme de una vez, ponme en cuatro,  pero la desconocida la muerde y eso enfurece a Verónica hasta tal punto que casi le parte la cara de una bofetada ruidosa y brutal. Nadie me golpeará como tú, qué bien lo haces le dice la desconocida, entonces Verónica la empuja y se coloca sobre ella...Verónica está despierta, reconstruye el sueño, lo perfecciona, lo vuelve relato... Levanta el teléfono y suspende la cita con el siquiatra y se queda un rato más con la desconocida a la que ya le colgó un rostro. Ay Almodóvar...

Imposibles
            Verónica evoca su gusto por mujeres mucho mayores que ella en sus tiempos mozos.  Ejerce con delectación el gran arte de reírse de sí misma: tanto deseo juvenil evaporado como un perfume, tanta humedad sin nadie que la recogiera, tanta pasión no correspondida, tanto silencio a los gritos reprimidos, tanta flecha mal apuntada, tanta rebeldía en busca de ser apaciguada, tanto sueños incumplidos...Verónica llegó a los dieciocho años  y tuvo una amante inexperta y jovencita...Y siguieron gustándole las mujeres maduras más que nunca...Otra jovencita, otra jovencita...otra...Viva la madurez...Soñaba con manos expertas, con juicios certeros, con paciencia infinita, con ternura extrema, con pasiones in-descriptas, con que sofocaran su espíritu insurrecto, con situaciones difíciles...con imposibles. Y entonces llegó el momento de ser la madura de otras y Verónica se lució en el papel, fue tremendamente deseada, imaginada, calibrada, analizada, desmenuzada, imposible.

Un vestido y un amor
            Nunca te dejaré le dijo una jovencita a Verónica en su plena y espléndida treintena.
            La dejó y Verónica supo de pastillas y dolores pero antes del abandono soñó como jamás lo había hecho. La llave del mándala se quebró porque en el mundo hay ángeles crueles que dejan de recuerdo un vestido y un amor, porque hay ángeles bellos que caminan por calles de seis ciudades en vestido y con amor, porque hay ángeles necios que piensan que hay cielos perfectos. Luego de ella Verónica envejeció muchos años y se convirtió en una mujer más deseante y deseada, luego de ella Verónica  es feliz porque sabe que hay ángeles que sólo poseen un vestido y un amor, luego de ella y sólo después de ella Verónica ha probado la mejor vida...

Soberbia
            Verónica sabe que ha hecho sufrir, Verónica sabe lo que es la frialdad y la distancia, el ver con desprecio a alguien que la ha amado, Verónica sabe que puede ser cruel, Verónica se humedece de soberbia, se humedece...


Todo
Verónica conoce a  una mujer de ojos grandes verde pálido y manos afiladas, centro de atracción de una reunión  de gente talentosa, heroica y convencida como ella, amantes del futuro que no llega.  Por esa mujer Verónica daría su existencia bella, resuelta  y planeada, subiría por unas peligrosas escaleras a un balcón vigilado, hablaría en lenguas desconocidas, haría de ella su casa y su universo, su piel sería arcilla humedecida en sus manos afiladas...

Gisela Kozak Rovero (1963, Caracas, Venezuela). Ensayista, narradora y profesora en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Egresada en Letras, con posgrado y doctorado en Literatura latinoamericana y en Letras. Ha publicado: Rebelión en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad (1993); La catástrofe imaginaria (1998); Venezuela, el país que siempre nace (2008). En ficción: Pecados de la capital y otras historias (2005); Latidos de Caracas (2006); En Rojo (2011); Todas las Lunas (2011). Premio Bienal de Narrativa Armas Alfonzo con su colección de cuentos Pecados de la capital (1997). Galardonada en 2010 con el Premio Sylvia Molloy al mejor ensayo académico de la Asociación de Estudios Latinoamericanos de la (LASA).

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