Rembrandt, Leccion de anatomía |
Llevar el objeto a la plenitud de su significación
Si lo kitsch comunica con lo funéreo, lo sádico y lo religioso; lo
erótico y lo escatológico, el dolor y el placer serán entonces aventuras
simultáneas; y el quirófano, el templo, el teatro o el burdel, lugares
imbricados en cuya interrelación encontrarán los signos de la novelística de
Severo Sarduy la plenitud de su significación.
(A esta concurrencia de códigos se
refería Barthes [1997] cuando hablaba de la multivalencia del texto.
Dichos
códigos comparecen y se imbrican en el texto: devienen escritura. Comentar esta concurrencia es renovar las
entradas del texto, anunciar su parcial reversibilidad).
La novela de Sarduy se construye, como
el collage o el montaje, en una reunión de signos dispares que se desplazan de
un lugar a otro del relato o de un código a otro de la cultura, para integrarse
luego en una nueva constelación, en la plenitud de una nueva significación.
Si permanecemos atentos a esta tónica
de la emigración del signo, nos toparemos con que la historia de la imaginación
esconde curiosas coincidencias. La novelística sarduyana lo demuestra como
ninguna: de pronto, los signos purificadores del martirio son los mismos que
instrumenta la inquisición para castigar al hereje, signos que luego se transpolarán
a la escena del quirófano o de la morgue, y que también encontraremos en la
ceremonia sadomasoquista, todo vertebrado según una ritualidad que roza lo
sagrado. El collar con clavos del torturador de Jesús en La coronación de espinas del Bosco (1450?-1516), ¿no reaparece
luego en la iconografía sadomasoquista de los siglos XIX y XX?
Los relatos de Sigüenza y Góngora, su
crónica del convento de la Inmaculada Concepción, parecen capítulos tomados de
una obra del Marqués de Sade, señala Octavio Paz (1998:172). Dicha crónica
"relata muchos casos en los que las prácticas ascéticas se tiñen
literalmente de sangre y de otros humores menos nobles".
Esta comunicación entre lo santo y lo
abyecto, será muy importante para reconocer la mecánica de producción del
sentido implementada por la obra de Sarduy.
Todo significa sin cesar y varias veces
Bajo esta premisa barthesiana, pasemos a
explorar otros substratos que alimentan esta escritura. Comencemos por
interrogar esa privilegiada entrada del texto sarduyano que es la pintura, como
él mismo lo aclaró en ensayos y entrevistas. Si su primera novela se organiza
como "pintura gestual", donde las escenas son transposiciones de un
Soto o un Dubuffet, ¿cuál obra pictórica condensa mejor las preocupaciones
estéticas de sus novelas posteriores? Seguramente, muchas: Kline, Rothko,
Botero, Lam, etc. Pero la de Rembrandt (1606-1669) será fundamental en el
diseño de las escenas de cadáveres, sobre todo a partir de su famosa Lección de Anatomía (1632).
Este emblemático cuadro de Rembrandt
describe la escena de una clase de anatomía dictada por el Dr. Tulp. Siete estudiantes se aglomeran en torno al
cuerpo yaciente. Algo de carnicero o ave de rapiña adivinamos en los gestos, en
las negras vestiduras de los asistentes. ¿Las anchas alas del sombrero del
Dr. Tulp, reflejo de su cargo, remedan
las del buitre agorero? El Dr. sostiene unas pinzas en la mano derecha, va a
imprimir un corte sobre los tendones desnudos. Los músculos al descubierto
vibran bajo los atrevidos y delicados toques
de luz con que los maestros del barroco indicaban la humedad de los labios,
ojos y heridas. La escena se oscurece hacia los bordes, recurso perturbador practicado
por los tenebristas, para neutralizar los fondos e introducir un halo
misterioso en el espesor de la obra. El cuadro anuncia el momento de máxima
tensión, el momento del corte; los espectadores del lúgubre espectáculo -los
estudiantes, nosotros- vamos a mirarnos en el inquietante espejo de las
vísceras. Estamos en el siglo XVII. La
curiosidad por la realidad interior del cuerpo humano había sido renovada un
siglo antes gracias a los atrevimientos quirúrgicos de Andreas Vesalio
(1514-1564), cuyas indagaciones en ese coto cerrado que era el cuerpo darían al
traste con la autoridad casi bíblica de Galeno, anatomista de la antigüedad,
cuyo discurso corporal había reinado durante mil quinientos años.
En tiempos de Galeno, la disección del
cuerpo había estado prohibida, de modo que el antiguo "nunca había visto
las cosas que describía". "Durante mil quinientos años, la principal
fuente de conocimiento de los médicos europeos sobre el cuerpo humano no fue el
propio cuerpo", sino el de los perros, cerdos y monos (Boorstin, 1997: 338).
Con Andreas Vesalio, el discurso anatómico dará un salto. Pero ese salto no se
da sin la trasgresión voluptuosa de los interdictos y tabúes que velaban, con
un aura de inviolabilidad sagrada, la mórbida condición de los cadáveres. En su
empresa de recoger especímenes, Vesalio va a instrumentar todas las argucias
posibles, legales o ilegales. Repasemos el relato apuntado por el propio
Vesalio en 1536, donde, con cierto tono criminal o caníbal, el anatomista se
mide con la rapacidad de los pájaros carroñeros:
A causa del estallido
de la guerra, regresé de París a Lovaina, donde, mientras paseaba con el famoso
médico y matemático Gemma Frisius buscando huesos a lo largo de la carretera,
en el lugar donde habitualmente dejan a los criminales ejecutados, para
beneficio de los estudiantes, me encontré con un cadáver.
Bajo la sospecha de que los pájaros
"consumirán la carne de aquél", se adelanta y lo gana a los buitres.
Al observar que el
cuerpo estaba seco y no tenía traza de humedad ni estaba descompuesto, me
aproveché de esta inesperada pero bien venida oportunidad y, con la ayuda de
Gemma, subí al poste y arranqué el fémur del hueso de la cadera. Mis tirones
también desprendieron las escápulas con los brazos y las manos, aunque faltaban
los dedos de una mano, ambas rótulas y un pie. Una vez que hube trasladado las
piernas y los brazos a casa a escondidas y en viajes sucesivos (...) me quedé
voluntariamente fuera de las puertas de la ciudad cuando las cerraron para no abandonar
el tórax (...). Tan grande era mi deseo de poseer aquellos huesos que, en plena
noche, solo y rodeado por todos aquellos cadáveres, trepé por el poste con
considerable esfuerzo y no dudé en arrancar lo que tanto deseaba (Citado por
Boorstin, 1997:349)
La atracción por las entrañas va más
allá de la medicina y alcanza, también, la estética. Ambrosio Paré, una de las
figuras principales de la cirugía del siglo XVI, cuenta cómo pintores y
escultores se amontonaban a observar en sus disecciones. Jean Claire habla del
tiempo en que el arte de la medicina entroncaba aún con las bellas artes:
"El encarnado o matidez de una piel, la sombra, el grano de una epidermis,
la tonicidad o flacidez de un músculo, tan atinadamente vistos como el estertor o el soplo son oídos con el estetoscopio,
denotaban una mirada tan segura como la del curioso que descubre una lámina
magnífica en un mercado" (Claire, 1999:218).
Esta pasión plástica y mórbida por el
cadáver, aunado al aire proscrito y antropófago que rodeó el arte de la
disección desde la antigüedad, configura el contexto donde debemos leer ciertas
escenas de Severo Sarduy, son las figuras arquetipales con que debemos
contrastar alguno de sus personajes. Son el intertexto enunciado por el texto.
Varios de sus personajes parecen
tomados directamente de esa historia marginal del cuerpo que es la anatomía,
confundida a ratos con la actividad criminal. Isidro, en Cocuyo, y el Dr. Ktazob, en Cobra,
pertenecen a este imaginario de la obscenidad.
Isidro, un obeso y bulímico maestro de anatomía a quien podemos llamar,
al modo antiguo y con dejo irónico, explicator chirugiae, reunía al grupo de
ávidos alumnos de medicina en el anfiteatro de su casa, construido (justo al
lado de la cocina) para enseñar los pormenores de la disección. Por su parte,
en el discurso del Dr. Ktazob, grotesco personaje de Cobra llamado también El
Alterador, adivinamos las palabras de Ambrosio Paré (1510-1550), famoso cirujano que consideraba, entre los
objetivos principales de la cirugía, eliminar todo lo superfluo. El Dr. Ktazob, "que en taimado raspadero
tangerino arranca de un tajo lo superfluo y esculpe en su lugar lúbrica
rajadura" (Cobra, 1972:85), se encarga de extirpar el pene -lo superfluo-
del cuerpo de Cobra, y de poner en su lugar la herida femenina. No faltarán
tampoco en esta novela las escenas de la morgue ni los robos de cadáveres.
La descripción de Isidro nos recuerda
a Jacobo Silvio, el eminente maestro de Vesalio, quien, según cuenta uno de sus
alumnos, procedía de la siguiente manera: "Le he visto llevarse en la
manga, (...) ora el muslo, ora el brazo de alguien que hubiera muerto ahorcado
para disecarlo y anatomizarlo. Olían tan mal que algunos de sus oyentes
hubieran vomitado si se hubieran atrevido" (Citado por Boorstin,
1997:349).
El Isidro de Sarduy, es el que
enseña anatomía. Vive
rodeado de azafatas diligentes; por motivos estrictamente pedagógicos y con la
compulsión de un bulímico que barrunta la escasez, él colecciona cadáveres, que
regatea en la morgue cuando nadie lo ve.
Es obeso, cuando
vuelve de su lúgubre mercado apesta a formol y a grajo; arrastra unas
chancletas planas y deshilachadas que el zapatero de la esquina y su mulatón,
no sin burlas y remordimientos, le han fabricado, deformando a martillazos exquisitos
modelos italianos, para que quepan en ellos, y hasta se solacen, de esa bola de
sebo, los dilatados pies" (...) "los matasanos en ciernes acudían por
docenas al antro enratonado que Isidro había armado en su propia casa para
prodigar, a quienes pagaran por ello, su afrancesado saber en el pestilente
arte de la disección". "Con batas blancas almidonadas y una
untuosidad obispal en los ademanes -"La medicina es un sacerdocio"-,
recibían al atardecer, en el anfiteatro doméstico, los rudimentos anatómicos
que les valdrían años más tarde la patente de sanar (Sarduy, 1990: 37-38).
En este clima
lúgubre y grotesco encontramos las trazas del arte anatómico del siglo XVII,
del banquete funerario, de la naturaleza muerta y de los principios lumínicos
de la teoría tenebrista. El anfiteatro descrito parece estar inspirado en la
famosa Lección de Anatomía de
Rembrandt.
El primer foro anatómico o
anfiteatro fue fabricado por Fabricio ab Aqueapendente en 1595...:
Cinco tramos de
escaleras de madera conducían a seis galerías circulares que daban a un
estrecho foso. Los estudiantes se asomaban por las barandillas de todas estas
galerías para otear en la oscuridad una mesa situada en el centro, iluminada
por candelabros sostenidos por otros estudiantes, que proyectaban luz sobre el
cadáver mientras se practicaba la disección (Boorstin, 1997: 355).
Estas escenas del cadáver tomadas en
apariencia del tenebrismo y del discurso de la anatomía, son convocadas por el
interés general sobre el cuerpo que acusa toda la obra de Sarduy. Interés que
sobrepasa lo estético y que tiñe lo biográfico. A finales de los cincuentas,
Sarduy se muda de Camagüey a La Habana para cursar estudios de medicina,
carrera que abandonará luego a causa de la inestabilidad política de la Cuba
pre-revolucionaria, no sin antes destacar en la cátedra de disección, al punto
de ser premiado por su aventajado conocimiento de la materia.
El Cuerpo
El cuerpo en Sarduy es otro espacio de
las mutaciones. En él ocurrirán los cambios, los enmascaramientos y los
tránsitos entre lo sagrado y lo profano, entre lo femenino y lo masculino, lo
orgánico y lo inorgánico. Su obra dibujará el trayecto que va de la cuna a la
sepultura, de la escisión umbilical -a la que remitirán todas las cicatrices
posteriores- a la elaboración de un curriculum
mortis, regreso a lo inorgánico y tránsito hacia otros mundos.
Pero la exploración corporal que
registra su obra debe ser leída con minuciosidad para lograr entrever algunas
de las resonancias que se tejen en su escritura. Si acabamos de señalar los
enlaces entre la pintura barroca (Rembrandt), el discurso anatómico del siglo
XVI y XVII (de raíces medievales) y la producción de sentidos en su novela,
debemos apuntar también que la relación establecida entre las indagaciones anatómicas
y las búsquedas de nuevos mundos son de suyo estremecedoras. Asombra, por
ejemplo, que la exploración del útero femenino en la anatomía (pregunta por el
origen) coincida en el tiempo con la búsqueda y hallazgo del Nuevo Mundo (o
paraíso original). O que Vesalio publique un volumen de su obra fundamental (La estructura del cuerpo humano) el
mismo año en que Copérnico publicara la suya, De Revolutionibus (1543), obras que revolucionarán, cada cual en su
campo, el conocimiento del micro y macrocosmos.
Queremos llamar la atención sobre
ciertas ceremonias funerarias que se practican por ejemplo en Cobra, para sugerir allí una lectura que, si pretende ser integral, debe
considerar varias visiones o exploraciones del espíritu. Si queremos entender
la historia de las interrogaciones que el hombre le ha planteado al cuerpo, a
la geografía, la ciencia o a Dios, debemos tener en cuenta cómo y cuándo se
formularon, sin desestimar las elocuentes sincronías en la elaboración de tales
preguntas. Un ejemplo de tal sincronía lo hallamos en las interrogaciones
planteadas por la física en los años 60 y la elaboración literaria de nuestro
Salvador Garmendia, por citar sólo un ejemplo. Según Oppenheimer, constructor
de la bomba atómica, la gran pregunta de
la física de entonces era la siguiente: "qué es la materia, qué elementos
la constituyen, cómo se comportan en sucesivos estados de descomposición
atómica, cuando tratamos de arrancar a la materia que nos circunda aquellos
elementos que solamente crea o hace evidentes la violencia" (1970:61).
Correlato de esta avidez científica, un escritor como Salvador Garmendia
planteará la misma pregunta en la misma época, mediante una elaboración
literaria que exploraba con violencia la realidad última de la materia, los
deshechos y la descomposición.
El substrato que encontramos en las
últimas páginas de Cobra proviene
directamente de la tradición religiosa, occidental u oriental. En el relato del
tránsito de Cobra hacia la muerte o iniciación de su cadáver para su última
transformación, el campo referencial será la ceremonia mortuoria cristiana y,
sobre todo, el rito funerario tántrico.
El Dr. Ktazob, encargado de empujar a Cobra
hacia su más profunda mutación en vida, la cirugía sexual, se privará, como si
observara una antigua creencia religiosa, de todo linimento anestésico. Durante
la Edad Media, la disminución del dolor era considerada como un acto herético.
El “mutante”, pensaba el Dr. Ktazob,
debía conservar la conciencia durante el tránsito.
Un caso relatado por Vesalio parece
escenificar, avant la lettre, un
típico episodio sarduyano. Se trata del robo del cadáver de una dama de cierta
importancia social. El libro de Vesalio reseña abiertamente estos tipos de
robos al tiempo que aconseja "técnicas macabras para evitar ser descubiertos":
La hermosa amante de
cierto monje de San Antonio que aquí vivía (en Padua), murió de un
estrangulamiento del útero, o de otra rápida y mortal dolencia, y su cadáver
fue robado de su tumba por los alumnos de Padua para efectuar una disección pública.
Con suma laboriosidad despellejaron todo el cadáver, no fuese a suceder que el
monje, quien con los parientes de su amante había denunciado ante el juez la
desaparición del cadáver, la reconociera (Citado por Boorstin, 1997:353).
Octavio Armand, en un agudo y
divertido ensayo, cita e interpreta este caso en el que Vesalio relataba el
procedimiento que se efectuó para disimular la transformación sexual del
cadáver. "La perentoria necesidad de ocultar el altísimo cadáver
desencadena un proceso macabro. Un ajedrez con piezas de carne y hueso. (...)
Un corte circular alrededor de los genitales externos, se rompe la sínfinis y
zas, tras cortar la uretra, se saca en una sola pieza la vagina y el
útero" (Armand, 1990: 50-51). Se trata de una simulación macabra de la identidad
sexual, curioso caso de "cadáver
transformista" que hubiese fascinado a Sarduy.
El cadáver del travesti Cobra, dama relevante de la novela, es robado
de la morgue por Tótem, donde éste la reconoce "entre los repetidos
cuerpos disecados, en el parpadeo de una luz de acetileno", luminosidad
moderna que remite oblicuamente al recurso pictórico de los tenebristas. Luego
de encontrarlo, "huyó con el cuerpo a cuestas" (Sarduy, 1972: 189),
cual un lúgubre contrabandista medieval.
El cadáver de Cobra será objeto tanto
de profanación como de adoración, de exploración científica y de violencia
sacrificial. El escenario es el de la Lección
de anatomía de Rembrandt o el de La
incredulidad de Santo Tomás de Caravaggio, donde el santo hurga con su dedo
las heridas de Jesús:
Estabas diagonal,
amarillabas. Eras un puro peso, (...) un objeto encontrado que los cuatro
curiosos escrutaban.
Te leían. Te
señalaban. Confrontaban tu cuerpo con un cuerpo dibujado -un mapa del Hombre
abierto-; enumeraban tus partes, nombraban tus vísceras, te abrían los
párpados, (...) tomaban nota, volvían las páginas. (...)
Te hundían en la
carne la punta de los dedos: quedaban las depresiones de las yemas, las ranuras
de las uñas. (...)
Con un bisturí te
cortaron las muñecas; (...) Por la herida brotó una pasta negra que recogieron
en un cofrecillo. En otros dos conservaron de tu orine y tu excremento (Cobra,
1972:197).
De la Edad Media y del Barroco vienen
estas imágenes mortuorias, "a un tiempo suntuosas y terribles, que
obsesionaron a los artistas medievales y a los de la edad barroca de los países
católicos" (Paz, 1991:94). El
cuerpo trucidado del cadáver va a extenderse para ser analizado bajo la mirada anatómica, pero de
esa extensión van a brotar también fragmentos que serán
atesorados como reliquias sagradas, lo que moverá la imagen ahora hacia los linderos de la
hagiografía, la eucaristía católica o la ritualidad tántrica.
Los funerales de Cobra se llevarán a
cabo, pues, bajo un ceremonial que funde la estética de la naturaleza muerta y
el barroco funerario con los rituales religiosos occidentales y orientales. En
esa encrucijada, creemos, la escena encuentra la plenitud de su significación.
Los encargados de oficiar las
exequias:
Regresaron al sótano
por las cantinas del puerto, bebiendo cerveza y dando manotazos en las vitrinas
(...). Con la venta del jacket del difunto se pagaron varias rondas, un baño de
vapor, té y mariguana. (...).
En un cráneo (...)
reunieron los alimentos, los mezclaron y amasaron: tripas malolientes, que del
vellón interior rezumaban una grasa negra, cerdas y párpados que recorrían
hilillos de sangre fresca, riñones y testículos, pezuñas, hígados. (...) Se
desnudaron entre carcajadas. Se hartaron del cráneo. Fornicaron sobre uñas y coágulos.
(...) Coronaron el banquete con las cinco
ambrosías (Sarduy, 1972:216).
Este escenario de violenta sensualidad
remite a la eucaristía católica, ingestión de la sangre y cuerpo de Cristo;
tanto como al banquete tántrico, el cual, según Paz, se presenta como "un
exceso", "y su utilidad, si merece este calificativo, es
ultramundana". En ciertos ritos de la India, nos dice Paz, "se
mezclan todos los guisos en un plato, ya sea por ascetismo o por hedonismo -los
dos polos de la sensibilidad hindú. (...) El tantrismo exagera esta actitud y
en el festín ritual se come con voluntaria brutalidad. Así se subraya el
carácter religioso del acto: regreso al caos original, absorción del mundo
animal"; "El banquete tántrico es una violación ritual de las
prohibiciones dietéticas y morales del hinduismo y el budismo. No sólo se come
carne y se bebe alcohol sino que se ingieren materias inmundas" (Paz,
1997: 85-86).
(Isidro, personaje bulímico y obeso de
Cocuyo, construye su foro anatómico justo al lado de la
cocina, donde una gallega degollaba gallinas y freía camarones en una salsa
roja. Doble vibración de la carne: el cadáver, signo del "regreso al caos
original", junto a la cocina, altar y zona de absorción del mundo animal).
El fin de los sacramentos del tantrismo
es suscitar el retorno del tiempo primordial que antecede a todas las
interdicciones; producir, por lo que dure el rito, una zona de reabsorción
donde se integren todas las substancias, las benignas y las inmundas: el semen, la sangre, el excremento, mediante la abolición de las
barreras sociales y de los códigos de la moral culinaria, fascinante comunicación
entre lo gastronómico y lo erótico,
entre lo bestial y lo religioso, lo excremental y lo sexual. Todo lo que salga
o entre al cuerpo se teñirá así de una condición sagrada.
La ceremonia tántrica incluye a la vez
la copulación en lugares sagrados. Si los cristianos realizan el acto sexual en
las alcobas, esto es, en un sitio profano, los devotos del tantrismo lo
practicarán en zonas sagradas, por ejemplo, en un templo u otro lugar
consagrado, preferiblemente "en los sitios de cremación de los
muertos" (Paz, 1997:99), entre cadáveres, sobre uñas y coágulos.
Gunther Von Hagens, Cadaveres-plastinados |
Al tiempo que se ingiere el banquete inmundo,
se ingieren también las cinco ambrosías: orina, semen, excremento y otras
substancias corporales. En este
escenario religioso, misa negra o festín brutal, hunde sus raíces la novela de
Sarduy. Los críticos que tildaron su escritura de "mariposeo neobarthesiano",
caso de Fernández Retamar, o los escritores que, como Onetti o Vargas Llosa,
acusaron de amanerada su escritura, pasaban por alto esta movilización de
signos sagrados, esta intensa problematización de lo corporal que abarca
distintas edades y religiosidades, condenando sobre todo el tono subversivo y
feliz con que el escritor ejecutaba dicha movilización.
Por lo demás, el gesto condenatorio de
estos novelistas se entiende mejor si recordamos que Sarduy fungió como el
aguafiestas que exponía al escarnio público los artilugios literarios del Boom, al modo de un prestidigitador que
revelara los secretos del oficio. No en balde Roberto González Echevarría
considera que la obra de Sarduy se configura a modo de subconsciente de la
novelística hispanoamericana, puesto que ella revelaba lo que las otras
reprimían, dando cuenta así de un profundo conocimiento de las estructuras
novelescas.
El desmontaje de los recursos técnicos
implicaba también la parodia del metadiscurso político y cultural que acompañó
la producción del Boom. Sarduy, como
decíamos antes, somete al género novelesco a un verdadero proceso de exorcismo
con el fin de privarlo de sus supuestos fundamentales y de contradecir las
constantes de su articulación. El punto de vista, por ejemplo, no sólo va a
fragmentarse, límite al que se asomó la narrativa del Boom, sino que va a pluralizarse en una red de autónomos narradores
donde participarán el lector, el autor -que no el narrador interno- y los
propios personajes, instancias éstas que van a desdoblarse para entablar una discutatio en el interior de la novela,
desde donde criticarán el desarrollo de la misma: red que malamente los
contiene. El turno de la narración girará entonces del narrador al lector, del
lector al narrador interno y de éste a los personajes, mientras transcurre la
novela. Se trata de una recusación de las garantías de significación que se
fundan para que la novela exista. Un pie de página en Cobra da cuenta del tono paródico de tal recusación: "[1] Tarado lector: si aun con estas pistas, groseras como
postes, no has comprendido que se trata de una metamorfosis del pintor del
capítulo anterior -fíjate si no cómo le han quedado los gestos del oficio-
abandona esta novela y dedícate al templete o a leer las del Boom, que son mucho más claras"
(Cobra, 1972:66).
Sarduy pulverizará los elementos
cohesivos de la ficción, sin que esto signifique entregar el discurso, como los
surrealistas, al flujo irracional del inconsciente o a la ininteligibilidad
como recurso estético. Se trata más bien
de un agudo dislocamiento de las constantes que el texto produce para
sostenerse y garantizar la comunicación y aprehensión del sentido. La temporalidad, la causalidad, la identidad
del personaje, datos que en el transcurso de la narración proponen un ritmo y
aclaran la opacidad inicial con que arranca toda novela, van a ser alterados
gozosamente, al punto de que los escenarios y los personajes se moverán con
cierta arbitrariedad por diversas zonas de la cultura. Una novela como De donde son los cantantes, por ejemplo,
va a remover el substrato más profundo de la lengua convocando
y fundiendo la sustancia literaria del Cid con la del Quijote, la de la mística
de San Juan de la Cruz con la de los textos de la Conquista, la de la poesía
arábigoandaluz con la imaginería medieval, la Celestina con el discurso
botánico, etc. De allí que, según la dinámica de la novela, sea natural que
los personajes que aparecen en una estrecha callejuela de la antigua Toledo, atraviesen luego el agitado clima de la Cuba
pre-revolucionaria, o que de un concurrido
mercado árabe pasen al escenario nostálgico de la arquitectura colonial,
y todo perfectamente engranado en una delirante heterotopía.
Sus personajes, sin genealogía,
gentilicio o identidad sexual clara,
serán endemoniadas entidades discursivas antes que sujetos metafóricos
reconocibles por su capital simbólico, su psicología interna o sus señas
familiares. ¿Dónde rastrear el idioma que hablan sus personajes? En la España
del siglo XVI, en la Cuba de los 50, en la época de la globalización y del pop,
en el paisaje sentimental del Derecho de
Nacer y de José Ángel Buesa, en la prosodia electorera de nuestras
repúblicas, en la novela de la selva o en el discurso superficial de la revista
Vanidades; en el lenguaje
erótico-místico de San Juan de la Cruz, en Lezama y en Guillén, etc. ¿Y en qué
identidad sexual? Según Guillermo Cabrera Infante, sólo en Severo Sarduy la
práctica de una escritura transexual es genuina. "Ha conseguido traer -nos
dice-, junto con Manuel Puig, una sensibilidad epicena a la novela". Ante
esto, Roberto González Echevarría se pregunta: "¿Cómo no van a ser básicos
el sexo o rol sexual de los personajes y su manifestación lingüística? ¿O la
manera en que el lenguaje relata la biografía de un personaje?", para
luego afirmar: "El lenguaje es siempre enigma en Sarduy, contra el cual
cada cultura o discurso hace decisiones violentas pero ineludibles. La novela
tradicional hace al personaje hombre o mujer, el texto de Sarduy va a demostrar
el mecanismo que lleva a esa decisión que reprime otras posibilidades. La
novela del Boom funciona, en tanto
que discurso, a base de esas represiones tácitas. Cobra intenta hacerlas explícitas. Cobra pretende encarnar nada menos que el subconsciente de la
narrativa hispanoamericana" (González Echevarría, 1987:154-155).
Si las novelas del Boom demarcan una topografía
reconocible, una zona de influencias donde gravitan los sistemas de
significación (una Comala, una Santa María, un Macondo), los espacios
relevantes en la obra de Sarduy no son topografías precisas sino más bien
momentos del espíritu y de la cultura donde el sistema de lo real trastabilló,
fracasó o se hizo accesorio, desplazado abiertamente por el equívoco o la mala
interpretación.
Sarduy entiende que el encuentro de
nuestros antepasados españoles e indígenas produjo un momento de oscilación
mental donde lo real entró en franca
erosión; que la presencia árabe en Occidente fue vivida como una
ininteligibilidad que culmina en la expulsión; que la supervivencia de la
colonia se extendió mediante un proceso de ocultamiento y contaminación, por no
decir falsificación, de la cultura; que la sentimentalidad distribuida en
nuestros países por la radionovela era engorrosamente impostada, etc.
Consciente del error que nos atraviesa y en el que estamos fundados, consciente
de que nuestra historia es una invención (Historia
de la invención de las Indias, se llamó el libro de Hernán Pérez de Oliva)
y de que alrededor del origen se cierra
un círculo vicioso de espejismos y sustituciones ("aquí [en América] jamás
habrá historia sino ficción") (Armand, 1990:51), Severo Sarduy va a favorecer la perspectiva
falsa, el disfraz, la fruslería, la simulación o las supersticiones; el kitsch, el pop, el budismo o el barroco... esos momentos donde lo real se vio
impugnado y parodiado por las potencias devoradoras del arte y el espíritu. Tal
vez porque, como uno de sus personajes, Sarduy "había concebido la
realidad como un lugar vacío, un espejismo de apariencias reducido al mito de
su representación canjeada" (Sarduy, 1978: 120) o porque haya "que
teatralizar la inutilidad de todo" (Sarduy, 1972:206).
Esto también explica de algún modo que
en su obra proliferen esos momentos de crisis o suspensión de la realidad que
ocurre durante la experiencia de la enfermedad, del éxtasis místico o erótico,
del trance lisérgico o religioso, y que el quirófano, el templo, el teatro y el
cuerpo, sean los lugares privilegiados de la mutación. El quirófano, por ejemplo, con sus alcoholes
y su "olor fuerte a éter", será el lugar de la embriaguez, del
divorcio de lo real, de la oscilación ante el "leve tintineo" de los
"bruñidos instrumentos del corte" (Sarduy, 1994:11). A la descripción
del hospital se superpondrá la de una mezquita, como si la enfermedad condujese
a una ensoñación oriental: "una enfermería con almínares, que espejeaba en
la polvareda, cubierta de cenefas y azulejos, en medio de un palmar" (Ibíd,
18). El quirófano no sólo conducirá a Oriente sino también a lo femenino; a
través de la incisión genital, Cobra recupera la escritura genérica en que se
reconocía: "el cuerpo, antes de alcanzar un estado perdurable (...) es un
libro en el que aparece escrito el dictamen divino ¿por qué, en un caso como el
aquí presente, en que a todas luces en lo Escrito
sobre un cuerpo se ha escapado una errata, no enmendar el desacierto y
poner coto al retoño errado...?" (Sarduy, 1972:88). "Ya eres, Cobra,
como la imagen que tenías de ti" (Ibíd, 118). El pasaje vuelve a plantear
la problemática del origen. El
"dictamen divino" ¿no es la causa de todo? Tal vez, pero su escritura
es enmendable. Tachada la seña sexual
original ¿podrá Dios reconocer a Cobra el día del Juicio Final? En esa
tachadura de la identidad, Cobra renuncia al mundo simbólico del origen y a su
eventual regreso. Cobra asume un exilio
radical: se convierte en imagen.
El templo y el teatro se imbricarán en
esa misma lógica de la transformación.
Ambos espacios ofrecen la ocasión para el cambio, espiritual o
cosmético. En el templo, todo está organizado para suscitar un salto; las
sombras, las platerías del altar, los ecos y espejeos, configuran un clima
donde el mundo exterior se silencia para gestar una serie de desdoblamientos.
Traspasar el umbral del templo, franquear esa puerta, es ya pasar de un mundo a
otro. Asimismo, maquillarse, salir a escena, es transfigurarse, salirse de sí
mismo, ser otro. Como en el quirófano, en el templo y en el teatro se gestará
el secreto de la mutación.
La narrativa de Severo Sarduy está poblada de
estos lugares. Entre los teatros, destaca el Changay, teatro burlesco y
pornoerótico que funcionó alguna vez en el barrio chino de La Habana, escenario
al que frecuentemente se desplazará su novela.
Sobre la escena teatral del Changay se lleva a cabo todo un ceremonial
emparentado con operaciones religiosas: posesión, trasmigración, metempsicosis,
travestismo: intensas mutaciones. La máscara, el disfraz, el travestismo,
liturgias del cambio, se proyectarán entonces hacia límites de lo sagrado. El devoto y el actor ¿acaso no persiguen una
irrealidad que es infinita?
En el teatro místico hindú, los actores se
transfiguran en seres temidos y venerados luego de una prolongada
transformación cosmética. El único
equivalente Occidental de este tipo de transformación cosmética, según el
propio Sarduy, se encuentra en la figura del travesti, personaje axial en su
novelística. Manuel Aceves, en El
travestismo, fenómeno religioso, apuntaba que: "En el antiguo culto de
la Magna Mater en Roma y el Asia Menor los sacerdotes debían vestir ropas de
mujer, dejarse crecer el cabello, y en algunos casos, autocastrarse"
(Aceves, S/F: 56). Por otra parte, Campbell señala algunas figuras donde la
ambigüedad sexual va acompañada de facultades trascendentales. Tiresias, por
ejemplo, el vidente ciego, que "era varón y hembra" a la vez, y cuyos
ojos "estaban cerrados a las formas rotas del mundo de la luz y las
parejas de contrarios", "vio en su interior la tragedia de
Edipo". Shiva, deidad hindú, aparece unido en un mismo cuerpo con Shakti,
su esposa, en la manifestación conocida como Ardhanarisha, El Señor Mitad Mujer. (Campbell, 1984:151).
Por este camino, la figura del
travesti alcanza una compleja articulación con lo sagrado que, en la novela de
Sarduy, incluirá elementos del martirio, el sacrificio y lo diabólico, categorías
que remiten directamente a la gramática religiosa. Las visitas al burlesco
chino de La Habana, las vivirá el libidinoso personaje del General con una
fascinación que debemos llamar religiosa. "El Teatro se volvió para G. una
misa. Siempre en primera fila. La aparición de Flor en la Toma del Fuerte es la
fiesta de los Posibles. En lo falaz, en lo óntico, toma gato por liebre. En los
entreactos se da de cabeza con la Nada" (Sarduy, 1967: 49). (El teatro se
lee también como templo, zona de sacrificios, y el templo, como lugar de
escenificación de lo sagrado. Esta convertibilidad de los espacios definirá la
lógica del relato sarduyano: paisajes que se superponen delirantemente; lugares
que, como un finis terrae, abisman a
la novela hacia el fin de su realidad).
Las acciones que llevará a cabo este
personaje conformarán una escena de visos religiosos, sacrificial y sádica. El
General, enamorado del travesti Flor de Loto con la pasión místico-erótica de
un San Juan de la Cruz, y desasosegado por la imposibilidad de la fusión
amorosa, termina por transgredir los límites de su adicción ahogando en sangre
su adorado objeto de deseo. El acto criminal estará cargado con el aura de
violencia trascendental que rodea todo sacrificio. Se trata de una profanación
erótica y obscena, condimentada por ese aspecto "diabólico" de que
hablaba Bataille, surgido del encuentro de muerte y erotismo (Bataille,
2000:41). Amén de la devoción, Flor de Loto necesitaba ser también asesinada
para que la escena cobrara una verdadera dimensión sagrada, puesto que, como
dice René Girard, "la víctima no sería sagrada si no se la ejecutara"
(Girard, 1975:7).
G., obsequioso, le envía a Flor de Loto
una pulsera más, como
la de todos los días, en jade azul, con flores y mariposas pintadas, como las
que usaron las campesinas mongólicas. Claro está, ésta tenía además un
dispositivo interior que funcionaba al cerrarse la joya en la muñeca, y que
soltaba dos navajitas de afeitar muy afiladas contra la parte interior del
puño. (...) G. había terminado su parábola, cumplido su ciclo. De mirón a
sádico. Quien posee por la mirada posee por la daga. Por su sangre la
reconocería. Herir. El placer está atravesado por el dolor"; "Hoy no
irá al espectáculo. Espera a que saquen por la puerta de los camerinos un cuerpo
pálido” (Sarduy, 1967:53-54).
Interrogado en su dimensión sagrada,
el texto admitirá una lectura surgida en el cruce de los códigos religiosos.
Sin embargo, sería excesivo aislar este elemento del contexto humorístico y
paródico en que se inserta. En Cobra, un buda tibetano se ve obligado, por las
leyes del mercado, a aprender inglés con discos. No olvidemos que Sarduy
escribe desde una conciencia que se ubica al final de la angustia producida por
el derrumbe de religiones, ontologías y
doctrinas, donde la única realidad todavía en pie es dictada por el absurdo
mercantil; conciencia residual, ex-céntrica
y difusa, donde los discursos oficiales se han agotado, y no son
redituables. De ahí que sus novelas superpongan diversos planos de la cultura o
de la historia sin el menor respeto por las jerarquías habituales, y que su
narrativa se despliegue sobre la ausencia de jerarquías temporales, haciendo de
la obra un evento donde parece estar ocurriendo siempre el ahora, perpetua
progresión que cancela toda noción de pasado. Por esta vía, las novelas de
Sarduy son una actualización de las "eras imaginarias" de que habló
Lezama, cruce de estratos y secuencias de la cultura que se enlazan bajo el
designio de la imaginación poética y no de la causalidad histórica.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Aceves, Manuel. s/f. “El trasvestismo, fenómeno religioso”, en Revista Vuelta, México.
Armand, Octavio.1990. "América como
Mundus Minimus" en Revista Nacional de Cultura, Año 52, # 279,
Caracas, Octubre-Noviembre-Diciembre.
Bataille, George. 2000. El erotismo. Tusquets Editores, Barcelona.
Boorstin, Daniel J. 1997. Los Descubridores. Grijalbo-Mondadori.
Barcelona.
Campbell, Joseph. 1984. El héroe de las mil caracas. Psicoanálisis del mito. FCE. México.
Claire, Jean. 1999. Elogio de lo visible. Seix Barral.
Barcelona.
Girard, René. 1975. La violencia y lo sagrado. Ediciones de la Biblioteca, UCV.
Caracas.
González Echevarría, Roberto. La Ruta de Severo Sarduy, Ediciones
del Norte, Serie Rama, Hanover, USA, 1987.
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Ávila Editores. Caracas.
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Barral. Barcelona.
--------------- 1997. Vislumbres
de la India. Seix Barral. Barcelona.
--------------- 1998. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de
la fe. Seix Barral. Barcelona.
Sarduy, Severo. 1967. De donde
son los cantantes, Joaquín Mortiz, Serie del Volador, México.
---------------- 1972. Cobra, Editorial Sudamericana, Bs. As.
---------------- 1978. Maitreya, Seix Barral, Nueva Narrativa
Hispánica, España.
---------------- 1990. Cocuyo, Tusquets Editores, Barcelona.
---------------- 1994. El cristo de rue Jacob. Monte Ávila
Editores. Caracas.
* Extracto del libro Severo Sarduy: alcances de
una novelística y otros ensayos, Gotera, J.
Caracas: Monte Ávila
Editores, 2005.
Johan Gotera (1974, Maracaibo, Venezuela) Ensayista. Licenciado en Letras por la Universidad
del Zulia. Mgr. en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar.
Autor del libro Severo Sarduy: Alcances de una novelística y otros ensayos (2005),
premio Monte Ávila Editores de Ensayo, considerado como Libro de Crítica de ese
año por el CENAL. Ha recibido también el premio “José Carlos Mariátegui” de
investigación (2011) otorgado por el CELARG. Ha publicado en la Revista de
Artes y Humanidades de la UNICA, en el portal “Diario de Cuba” y en “La
Siempreviva” (La Habana). Su estudio Octavio Armand contra sí mismo
saldrá en los próximos meses en Madrid (España).
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