lunes, 6 de agosto de 2012

Reseña a Todas las Lunas de Gisela Kozak Rovero

Por Valmore Muñoz Arteaga


He leído Todas las Lunas (2012) de Gisela Kozak Rovero y la primera palabra que me vino a la cabeza luego de cerrar el pequeño libro fue retablo. El retablo es una obra en madera de proporciones laberínticas en la cual solían colaborar artistas de distintas disciplinas. La pieza está conformada por distintos cuerpos que acarician la vista de los ojos y las manos.

Todas las Lunas es un retablo de palabras tejidas desde una dimensión muy particular de la sensibilidad donde el mareo del gozo es la mano que nos ataja de caer aunque caigamos de igual forma.

La carne de la novela habla de la carne de la escritura que busca todos los caminos posibles e imposibles para susurrarnos el susurro de la inquietante belleza de la vida. En parte, de eso se trata. Celebrar la vida, la sensualidad de la vida desde todas las órbitas que puedan darle sentido al placer. Gisela me había hablado de esto en La Pasión, un delicioso cuento que nos desborda en En Rojo. Celebrar la vida entre las carnes de esta novela es celebrarnos mientras nos preguntamos qué significa amar a una mujer que nos dispone su cuerpo entre relámpagos, fogonazos, risas oportunas y caricias certeras.

Las palabras que habitan la novela son habitadas al mismo tiempo por la música cuyo latir transparente es pieza clave en la historia que sostiene las historias de Todas las Lunas. La música en la novela me hablaba de Schopenhauer quien creía que ella, la música, era la voz que la voluntad deseante empleaba para poder expresarse entre los seres humanos que desean su deseo. La música es un elemento protagónico en este libro de Gisela y no es un elemento improvisado. La vida de Gisela, según me he percatado, puede contarse a través de la música, entonces, paro de escribir y me viene a la mente Ritt der Walküren del infinito Richard Wagner, compuesta, curiosamente, en tiempos en que Wagner entró en contacto con la espesa filosofía de Schopenhauer.

En Todas las Lunas se quiebra el tiempo y el espacio, sólo la palabra brinda sus brazos para abrigarnos y darnos cierta sensación de seguridad en medio de este vertiginoso laberinto imaginativo. La palabra como único cuerpo para aferrarse a la esperanza aún invicta de la amistad, ya que a ella también se le rinde homenaje en el retablo de Gisela. Una amistad que se hace y rehace desde la búsqueda de uno por cuanto en la pérdida se hallan las comisuras que mantienen firme la unidad del nosotros que somos en el otro.

Todas las Lunas es un retablo de voces, de cuerpos, de pieles, de sensaciones, de notas musicales que nos convocan desde una desnudez que ya nos habitaba. Un puente hacia una dimensión utópica en la cual el hedonismo de Gisela nos guía hacia ella y hacia nosotros.

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